Fernando Trueba es uno de mis cineastas preferidos, pues no por la perorata que soltó el otro día sobre sentirse español me van a dejar de hacer gracia el personaje del meapilas que se hace apóstata para acostarse con Maribel Verdú en Belle Epoque o el fascista de La niña de tus ojos que se lleva una tunda en un campo nazi. En parte hasta entiendo que sea difícil no renegar del país que deseaba la llegada de Fernando VII (que en sus años mozos se dedicaba a difundir libelos que ponían de ´puta p´arriba´ a su propia madre, no se puede caer más bajo), que se mataba en guerras civiles y que celebra 16 ediciones de Gran Hermano. De un país que permite que exista una organización como la SGAE (de la que Trueba ha sido un baluarte) que, a la vez que escupe en la bandera, manda a sus esbirros de paseo por su despreciada España a exigir a los pequeños empresarios que pasen por caja solo porque suenen en la tele de su local los acordes el himno nacional (con pitada o sin ella) o la sintonía del telediario. Como le ha pasado hace poco a Pepe Gómez y su familia, que ya trabajan suficiente para sacar adelante su heladería como para encima tener que pagar impuestos revolucionarios. Anda ya.