Cuando me dispongo a escribir en mi portátil, tras introducir la contraseña, accedo a la página principal y ¡ancha es Castilla! Ánimo y libertad para ir articulando retazos de la vida sin dejarme amedrentar por el ´folio-pantalla´ en blanco. Entre las labores (ocupaciones, trabajos) que he realizado, quiero subrayar las que se derivan de ser madre de familia numerosa, por su variedad, riqueza y exigencia profesional. Aprendizaje e innovación han sido una constante, reforzada por el apoyo y colaboración de todos ¡un buen equipo! como el de cualquier familia unida. Padres e hijos no hacemos más que recoger y pasar el testigo. En cierto modo, somos eslabones de la cadena de felicidad del ser humano. En realidad, cada persona va escribiendo las páginas de su historia, siendo la principal por su importancia, la que hace referencia a la familia. Más que árboles genealógicos, árboles buenos que se conocen por sus frutos. «Familia sé lo que eres», exhortaba San Juan Pablo II. Sin embargo, además de los ataques a la institución familiar, el desarraigo y desestructuración, se han convertido en moneda de cambio de una sociedad donde opulencia y miseria reflejan su imagen, distorsionada y tristemente real. Las guerras y el fanatismo religioso han provocado el éxodo más grande de todos los tiempos, sin tierra prometida con la que soñar. No podemos acostumbrarnos al dolor y la muerte de los demás. Las noticias se agolpan sin dejar lugar para la reflexión. De cuando en cuando, el clamor general sube de tono ante imágenes impactantes de quiénes en la huida se quedan al margen de la existencia. Arriesgarse padres, hijos o todos los miembros de la familia en tan peligrosa andadura, es más que una desesperación. Urge, como dice el papa Francisco, la cultura del encuentro. Abrir de par en par las puertas de la generosidad en un mundo donde los gobernantes apuesten definitivamente por el bien común. A nivel personal es indispensable ponerse en el lugar del otro, comprender, querer. Es en la familia donde se aprende y emprende el cariño. «Ama y haz lo que quieras» (San Agustín). Cuando leemos un libro o el periódico, lo normal es ir pasando las páginas. No ocurre así cuando se trata del libro de la vida en el que cada uno es protagonista. Todos formamos parte de la gran familia humana. Parece fácil aprender la contraseña para tener acceso a la página principal de la Humanidad: familia.