Debí hablar de ella en la serie de Olvido y Memoria, del Sinfín de Verano, pero no recordé a tiempo. Hace unos días murió en Barcelona, Carmen Balcells, la mujer empresario que llevaba la representación de muchos de los grandes escritores del siglo XX, de otros españoles. A ella se deben prodigios de promoción, ediciones históricas y una novedosa relación de los autores con las editoriales, que siempre llevaron, hasta la llegada de Balcells, las de ganar en exceso.

La conocí efímeramente, se sentaba en la mesa de al lado en una cena de los Premios Planeta; intercambiamos alguna mínima conversación intrascendente; yo sabía que se trataba de la ´Gertrude Stein´ de las letras españolas y latinoamericanas. Estas figuras de mujer viviendo codo con codo la vida, incluso personal, de los genios del arte o de la literatura, han fascinado siempre mi curiosidad, por mi condición de cercanía a la plástica, a la escritura o el periodismo. Poco puedo añadir a lo que se ha dicho de la pérdida de esta mujer grande en todos los aspectos, su anecdotario es brillante como grande fue el premio que consiguió con la venta al Estado español de sus memorias, sus archivos, sus originales, la rúbrica final de su concepto del negocio y la razón jurídica de sus intervenciones a favor mutuo con los autores.

¿Por qué estuve yo en los Planeta? Pues por mis frecuentes batallitas juveniles en las nos podía la necesidad de emprender. Esto que cuento fue en fechas anteriores próximas a Zero. Conocíamos a la familia de don Pío Rubert Laporta, un comerciante de marroquinería (compraba los paraguas en Murcia, curiosamente) instalado en la calle Universidad, de Barcelona; esta familia habían emparentado, por matrimonio de los hijos, con los Plaza, de Plaza y Janés. El matrimonio Rubert Plaza, por esta rara circunstancia, nos ofreció distribuir en el sureste las obras y fondos de Plaza y Janés. Buscamos un local para una librería; nos gustaban las de tipo inglés, ubicadas en sótanos. José López Albaladejo (luego dueño de Yerba) como socio de Gamual, nos ofreció en 600.000 pesetas un sótano en la entrada de la plaza de Santa Catalina, en el edificio donde el arquitecto Juan Antonio Molina tuvo su estudio, en el ático. Estuvimos a punto de comprarlo pero nos lo desaconsejaron porque nos dijeron de las humedades de los sótanos en Murcia con un nivel freático próximo, incompatible con una librería. En esas estábamos cuando aquella convocatoria del Planeta, a la que me invitaron los Plaza y a la que acudí de etiqueta. Mas tarde cambiamos el rumbo, no sería una librería, sería una galería de arte. Y empezó otra andadura y aventura distinta a la pensada en principio. Desconozco si nos equivocamos.