Los maestros se dedican a enseñar a niños. Los buenos maestros deberían, en primer lugar, ocuparse en enseñar cada vez mejor a sus alumnos, sin importarles si otro maestro enseña mejor que ellos. Bueno, quizá sí deberían preocuparse: deberían alegrarse de que haya maestros muy buenos que enseñan muy bien a otros alumnos. Y si son humildes y profesionaes, quizá también deberían preocuparse de aprender de ese otro maestro para poder mejorar su práctica docente.

El maestro que dispusiera de una herramienta o conocimiento útiles debería tratar de expandir sus estrategias, lo que demostraría que además de ser un generoso docente también sería un maestro comprometido con la educación.

Los yanomamis son una etnia indígena del Amazonas que, al parecer no contempla el sentimiento de exclusividad paterna. Todos los adultos son padres de todos los niños de la tribu. Es algo realmente bonito. Esta organización de carácter tribal quizá debería estar presente entre los maestros de diferentes escuelas a la hora de pensar en qué es la educación. ¿No queremos en el fondo que todos los niños aprendan igual? ¿No estamos todos de acuerdo en que los niños son inocentes y no deberían cargar con ninguno de nuestros prejuicios o arrebatos territoriales?

Establecer una relación asimétrica y mediada por sentimientos de superioridad, competencia exacerbada, envidias o celos profesionales solo perjudica, en última instancia, a los alumnos.

Hay un factor sentimental que el propio maestro debería considerar. Debería reflexionar y así actuar consecuentemente.

Pero también existe un factor político. Y me refiero a la nueva LOMCE, que con la puesta en marcha de listas públicas en las que se anuncian los 'mejores' y 'peores' colegios en un ranking tan idiota como irreal tan solo consigue fomentar la competitividad agresiva y dinamitar esa relación fraternal entre colegios que debería existir. Fomenta las envidias, las comparaciones y los aspavientos entre docentes y padres, que en busca de lo mejor para su hijo tan solo son víctimas de una manipulación mediática y malintencionada.

Como maestro, digo no. Digo no al enfrentamiento entre compañeros, entre colegios, entre padres de alumnos y entre alumnos. No a la estupidez mercantilista que quiere transformar el colegio en una empresa que fabrica calificaciones, un sistema que usa el colegio como arma ideológica y política y a los alumnos como productos a los que poner una etiqueta con un número y un estigma.

Todos navegamos en un mismo barco. Todos, padres, alumnos y docentes.

Y nuestras tormentas no somos jamás nosotros mismos. Nuestra único puerto es un niño que necesita educación.

Ningún hombre, dijo el poeta metafísico Donne, es una isla. Pues la escuela, digo yo, tampoco.