Se plantó en el umbral de la puerta de la cocina con shorts, sandalias y camiseta de tirantes y se quedó mirándome con los brazos en jarra. «No», le dije, y en lugar de la habitual y esperada queja se dio la vuelta y desapareció en su habitación. Al rato regresó con el pelo recogido, una blusa de cuello ancho y manga larga y pantalones vaqueros. «Así, sí». Dudaba también entre una mochila o un bolso, no sabía si sería suficiente con una carpeta, si sería mejor ir en tranvía o en bicicleta€ y yo no tenía respuestas para ninguna de sus preguntas, aunque creo que tampoco ella las esperaba. «Estoy nerviosa y no estoy nerviosa€ ¡y me voy a ir ya, que llego tarde!». Le deseé suerte cuando ella ya estaba cerrando la puerta de casa.

La imaginé saliendo a la calle y echando a andar a paso rápido. El sol era tan fuerte que la ciudad parecía pintada, como si fuera el escenario de cartón piedra de una película. Acababa de salir de su casa y, sin embargo, sentía que paseaba por una ciudad desconocida. Al final, como tenía tiempo de sobra, quizá decidió ir caminando, mirando hacia delante como si las calles se desplegaran ante ella recién construidas. Pero al cruzar la plaza Circular y doblar por Puerta Nueva, dudó un instante y temió perderse y llegar tarde. Una sensación de vacío o de ir a la deriva se apoderó de ella. Al ver la fachada de La Merced su corazón se aceleró. Esas no eran sus calles, no era su ciudad. Ella no pertenecía a ese lugar.

Conforme se acercaba al campus el espacio parecía doblarse, estirarse y encogerse como si estuviera asomada a un balcón muy alto. Lo que estaba ocurriendo no terminaba de encajar: cada paso la apartaba de su vida. Se estaba perdiendo para ella misma o, dicho de otro modo, no volvería a ver a la chica que había sido. ¿Existen momentos así? Intento imaginarla cruzando la plaza sin titubear, mezclándose con la gente y desaparecer como un nadador confiado entre las olas. A la salida de clase, está anocheciendo cuando desanda el camino, pero ya no es un regreso lo que emprende. Ha escapado de sí misma y, aunque siente calma por dentro, hay un extraño vacío allá por donde pisa.