Para desgracia de los independentistas, el drama de los refugiados ha venido a eclipsar unas elecciones autonómicas que ellos quieren convertir en plebiscitarias. Frente a la ´política de fantasía´ de Artur Mas (en palabras de Stephan Sackur, periodista de la BBC) prometiendo la Arcadia feliz, se impone la política real de una Europa desbordada por la tragedia de miles de exiliados que llaman a sus puertas huyendo de la guerra y la miseria. Mal momento, por lo tanto, para crear más quebraderos de cabeza a unas instituciones europeas y a unos países sobrepasados por un problema que tiene visos de trastocar los cimientos mismos de la Unión.

En Europa „lo estamos viendo„, que es donde los independentistas querían jugar el partido, el horno no está ahora mismo para muchos bollos. De ahí que varios dirigentes europeos, y no de los menores, hayan sido más explícitos que lo que las normas diplomáticas al uso exigen mostrando su malestar por la deriva independentista catalana. Incluso Obama se ha mojado. Con las bases norteamericanas en España no se juega. Y menos en estos momentos de crecimiento preocupante del fundamentalismo islámico.

Nadie, y eso lo debería saber Mas, quiere abrir en el viejo continente el melón del independentismo. Por la sencilla razón de que el que más y el que menos tiene mucho que perder. No hay país que no tenga su Cataluña o Cataluñas en Europa (empezando por Francia, Reino Unido e Italia, y siguiendo por el resto). Sin querer ser alarmista, hay que decir muy claro que un reconocimiento europeo de la independencia de Cataluña llevaría consigo inexorablemente, por sus efectos de contagio, la muerte de Europa tal como hoy la conocemos. Supondría el inicio de una desmembración de los países europeos que podría retrotraernos a lo que en la historia de España conocemos como ´reinos de taifas´. Es decir, a una atomización de los actuales Estados, convertidos en un rosario interminable de estados-regiones, sujetos a su vez a nuevas escisiones, sin ninguna capacidad de organización supranacional viable.

El ´derecho a decidir´, que esgrimen los independentistas como derecho democrático inalienable, tiene en realidad una aplicación muy compleja en la vida de las democracias. El problema es que sabemos dónde empieza pero no dónde termina. Llevado a sus últimas consecuencias, también ´democráticas´, permitiría a cualquier ciudad, aldea, comarca o territorio ´decidir´ con quien quiere o no quiere estar.

En Europa sabemos muy bien lo que ha costado y lo que cuesta trastocar los mapas políticos. Lo que cuesta recomponer puzles cartográficos apelando a tiempos pasados, a derechos históricos o sentimientos nacionales casi siempre manipulados. No hay más que echar una mirada hacia atrás. Hacer un repaso de las guerras que en Europa han sido. Desde la creación de los estados modernos actuales hasta la Segunda Guerra Mundial, donde se configura la Europa en que vivimos.

Que no se equivoque Mas. Europa, enfrascada en una crisis identitaria sin precedentes, que se agrava días tras día por la llegada masiva de refugiados, sin proyectos claros de cómo abordar en los países de origen las causas de estos éxodos, abrumada por lo que está por venir y se le escapa de las manos, no va a dar ningún paso en el reconocimiento de aventuras secesionistas en sus estados miembros. A no ser que lo que pretenda Mas sea aprovechar el desconcierto político provocado por la crisis económica, el naufragio del proyecto europeo original o los enfrentamientos y disputas entre países europeos a cuenta del reparto de refugiados, para que en medio de una crisis europea generalizada se abra paso, por la vía de los hechos, su proyecto soberanista.

En cualquier caso, la negativa de la Unión Europea a reconocer de forma automática a una Cataluña independiente no garantiza que el ´problema catalán´ se desinfle. Cualquier solución pasa por la negociación entre las partes en clave interna, por encontrar un encaje viable y justo de Cataluña en España. Lo que hemos visto hasta ahora, sin embargo, mientras crecía y crecía el independentismo en Cataluña, ha sido a un flemático e irresponsable Rajoy quedarse de manos cruzadas confiando en que los votos que perdía su partido en Cataluña los ganaría, con creces, en el resto de España. Política de miopes. En tiempos de crisis, las aventuras secesionistas son las más peligrosas.