o hay que poner mucha imaginación. Porque con mirar un poco al Molt Honorable, Artur Mas ves de inmediato que tiene un parecido físico increíble con él, toda la cara y el gesto duro del villano de las películas de Shrek, el príncipe Lord Farquaad, el malo que, tras heredar el reino de Duloc o de Catalonia o Catalunya, como quiera que se le llame, decide expulsar de lo que él considera sus tierras a todas las criaturas mágicas. En el film hay un personaje bueno, Shrek, una cándida mujer, Fiona y hasta el asno, símbolo catalán que enfrenta al toro bravo español. Sabemos cómo acabaron las anteriores versiones cinematográficas, ambientadas en la Edad Media. Lo que desconocemos es cómo va a finalizar ésta en el siglo XXI, con el lord catalán y su séquito robándoles el protagonismo y poniendo en serio peligro a las buenas gentes de aquella hermosa comunidad.

No intento establecer un símil fácil, ni contar una historieta infantil, porque el asunto es preocupante. Entre unos y otros, iluminados y nostálgicos, los mismos que se denominan políticos nos están cargando a la inmensa mayoría silenciosa de este país. Escuchamos tal cantidad de tonterías que lleva a los cabreados a estar más cabreados y nos irritan a los que estamos enormemente irritados.

La cara o la máscara del político Artur Mas, con su boca esbozando media sonrisa, podría ser hasta patética si no fuese porque tras ella se esconde mucha soberbia, orgullo, prepotencia, temeridad, odio o cinismo y, sobre todo, una gran irresponsabilidad. Una locura que desprende el lord del soberanismo catalán, quien desprecia, en primer lugar, el sentido común y, después, las muchas advertencias de las consecuencias negativas, políticas y económicas, además de las sociales que tendrá para Cataluña la decisión de independizarse, posiblemente, con el respaldo de un 50%, logrando ya lo ha conseguido una fractura social, la ruptura del pueblo catalán.

Y todo ello sin decir la verdad, no su verdad, la que le conviene. Le estoy siguiendo en entrevistas, mítines, intervenciones y también leo los avisos que le lanzan los países más poderosos del mundo, de Europa y Estados Unidos, los bancos que se van, las empresas, los intelectuales y hombres sabios que se pronuncian y? para todos tiene respuestas, yo diría casi chulescas. «No pasa nada, los abuelotes van a ser más ricos y por fin lograremos la libertad. Es nuestra gran oportunidad». Todo esto sin aclarar nada sobre el futuro de esa tierra. Y en su juego malabarista, en la noche del 27S, interpretará el resultado y proclamará la República de Catalunya.

A este protagonista del Shrek del siglo XXI no lo entiendo. No comprendo de qué le viene ese odio a la gente del resto de España. La misma zona, pobre y hambrienta que, durante muchos años le entregaba lo mejor de sus mujeres y hombres para forjar la gran Cataluña que los energúmenos, ahora, quieren destrozar. Aunque, si te detienes un momento, lo comprendes. Porque, ¿qué sabe él de Murcia, Andalucía, Extremadura o de las dos Castillas? Según el expresidentes, somos buenos, 'unos pobrecitos' a los que les dan limosna, eso sí, tras hacer las labores de la casa ajena u otros trabajitos por el estilo; o como nos dijo, hace muchos años, a una delegación de políticos y periodistas murcianos, sobre el conocimiento de nuestra tierra: «Yo en mi infancia tuve una tata murciana que me cuidaba en Premiá de Dalt». Sí, el mismo lugar, en el que en pleno escándalo de acusaciones y denuncias de corruptelas, su gran estatua, erigida en la plaza que lleva su nombre, fue derribada por unos desconocidos, dicen.

No, no entiendo el odio que nos tiene, ni el ansia enfermiza de poder del representante de la pureza sanguínea catalana. Aunque, sí. Artur Mas en la realidad, Lord Farquaad en la ficción, se ve él, y solo él, no hay más opciones, como presidente de la independizada república de Catalunya. Y no lo será el Varoufakis de turno, Raúl Romeva, descafeinado comunista, que Mas ha puesto para encabezar la lista de Junts pel Sí. El mismo Romeva que el pasado día 14 dejó caer (el muy inocente) en un desayuno informativo en Madrid que la tensión actual es insostenible, inviable y no beneficia a nadie, ni a España ni a Cataluña y aquí viene la prepotencia, pero tampoco a Europa.

¡Toma ya! ¿Y quien ha generado esa tensión? Yo lo tengo muy claro: los círculos poderosos de la acomodada burguesía catalana, integrados en torno a Convergencia, que han engatusado a una izquierda totalmente desconocida y añadiría, inocente.

Este verano, en tierras de Mataró y de Badalona, llenas de parientes cehegineros y murcianos, los comentarios giraban, casi siempre, en torno a lo mismo: el soberanismo catalán. Mi prima, unos días antes, colgaba en sus redes: «Soy catalana y también española», lo que le acarreó más de un disgusto; ella es hija de catalana y murciano, y su marido, hijo de andaluza y manchego, que ante el desconcierto e incertidumbre y la fractura social que la egoísta burguesía catalana ha originado, clamaba: «Son unos descerebrados. No tienen legitimidad, ni moral ni histórica para adueñarse de esta tierra que estamos construyendo cada día las nuevas generaciones y nuestros hijos». Y vuestros padres, añado yo, que llegaron con la maleta vieja, arrancados de sus familias, de sus pueblos, llevados por la miseria.

No tienen derecho a quitárnosla y, pase lo que pase, continuaré unido a Cataluña porque, como otros muchos españoles, la queremos, a pesar del tufo fascista que los iluminados intentar inyectarle.