Lo que hace años me alejó de la izquierda para siempre es, entre otras cosas, la distancia entre el objetivo que dicen perseguir, la igualdad, y lo que siempre consiguen con sus actos, la desigualdad. Lo hicieron en la enseñanza, a la que despojaron de rigor y exigencia y llenaron de nociones falsariamente bienintencionadas (y digo falsariamente, porque había intención), lo que terminó por condenar a los menos favorecidos a no alcanzar nunca ni su propio techo ni ningún otro. No hay mejor sistema de perpetuación de las diferencias sociales que una generalización de la mediocridad de la que sólo puedan escapar los que tengan medios para pagárselo.

En cuanto a la cuestión española, jamás comprendí que nuestra izquierda fuera la principal aliada de los nazionalismos xenófobos y etnicistas, profundamente cargados de un racismo que nos hacía a los demás españoles objeto de su desprecio. No se dejen engañar, nada más detestable que la excusa sentimental, porque encubre el odio hacia aquellos de los que quieren separarse, precisamente porque no nos ´sienten´ iguales. El pasado miércoles los seguidores del Barça se paseaban por Roma al grito de «Y puta Espanya». Quienes conocen a los nazionalistas saben que esa es la verdadera razón de todo, el rencor, la convicción de ser un pueblo superior contaminado por inferiores, hoy envuelta en mentiras económicas para atraer votantes incautos entre el resto de catalanes.

No ha habido en España, pues, ningún movimiento tan reaccionario como el de quienes se niegan a aceptar el principio esencial de la modernidad y la democracia: la igualdad ante la ley, por encima de la raza, la lengua, el sexo y el origen social o regional. Es decir, la idea de ciudadanía que nos permite ser y creer en lo que nos plazca, siempre que respetemos la ley donde somos iguales y libres.

Nuestra penosa izquierda, por no defender lo que dice defender, esa idea de ciudadanía, ha sido gravemente culpable, sobre todo a partir de Maragall y Zapatero, del ´resistible ascenso´ del separatismo. El nazionalismo ha sido desde la Transición la verdadera ultraderecha, y ellos, el PSOE, IU y los nefastos sindicatos, sus aliados, su coartada progresista. Hoy recoge el legado su heredero, el Hermano Iglesias, que acaba de espetar que los catalanes tienen derecho a decidir la relación jurídica que quieren con España, que se supone que somos los demás. Lo curioso es que no dice nada sobre el derecho a decidir la relación que queremos tener esos demás con Cataluña. El derecho a decidir es sólo de unos, por cuna, y el de los otros es sólo el derecho de callar. El de los siervos. La igualdad, sin duda.