En la época de las salas de cine con acomodador solía dárseles propina, y era además muy recomendable porque si no corría uno el riesgo de que nos descubriera al asesino; no di yo propina a uno en La escalera de caracol, con Dorothy McGuire como criada muda de una anciana enferma, donde todo el mundo sospechaba del mayordomo, y el acomodador me soltó a mitad de función que el asesino no era el mayordomo. Al pelo me estuvo, por roñoso. En esa línea de intereses profesionales diría yo que se mueve el caso del tenista suizo Wawrinka, que vapuleó sin consideración a su rival Kyrgios y éste, en lugar de darle la mano y felicitarlo al final del partido, decidió desvelar, urbi et orbi, que el tenista Kokkinakis se acostaba con la novia de Wawrinka; cuando de quien sospechaba Wawrinka, seguramente, era del mayordomo.