Ciertos objetos siguen existiendo, pero ya no son útiles, por lo que prácticamente han dejado de nombrarse. Eso ocurre con el vastugo, renuevo o vástago del olivo, que sigue brotando con profusión del citado árbol y aún vegeta en el diccionario, pero como ha dejado de usarse, apenas existe en el habla común. El vestugo, ya cortado, era una vara fina y muy flexible de múltiples usos. Una buena vastuguica´ era compañera fiel del caminante, que con ella iba dibujando molinetes, espantaba reptiles y pequeñas alimañas, se distraía haciendo figuras en el suelo cuando descansaba o podía esgrimirla, si no usarla, en una discusión acalorada. Pero la vastuga era, sobre todo, un arma de castigo y de intimidación escolar y familiar. El maestro podía sustituir la regla por un vastugo con que castigar manos y posaderas; y el buen padre podía dar algún correctivo con él al niño díscolo; aunque era más bien un arma disuasoria para amenazar al infante rebelde con darle un ´vastugazo´ o, en su caso, «una pasá de vastugazos» o, aún más, «hincharle el culo a vastugazos». Que todo tenía sus grados.