El éxodo masivo de refugiados sirios provoca respuestas diversas como es lógico en un tema de esta envergadura. La mayoría de los países reaccionan de un modo positivo pero algunos los rechazan, sobre todo porque son musulmanes.

Uno de los más firmes es el Gobierno húngaro: no los quiere ni de paso. Pone alambradas con concertinas (qué fino suena y que daño hace), levanta muros, les lanza la comida como a animales acorralados, moviliza el Ejército y encuentra apoyos como el de la desgraciada periodista que patea y zancadillea a los refugiados. Señas de identidad de un Gobierno de extrema derecha. La pregunta es si la UE debe permanecer pasiva ante comportamientos tan arbitrarios y crueles.