Primera quincena de septiembre. Entorno de colegios e institutos: gritos, risas nerviosas, lágrimas, mochilas y carritos, como parte del escaparate de una realidad que se repite cada año.

Mientras tanto, en el interior del recinto educativo, mujeres y hombres que esperan con lo mejor de sí mismos para forjar el futuro de los más jóvenes. Y lo hacen con la ilusión renovada, con poco reconocimiento y siempre en la diana política y social por su ´responsabilidad´ en lo que se viene denominando el fracaso escolar y los malos resultados académicos. Pero no les importa, ahí están.

En estos tiempos de crítica fácil y poca reflexión, la labor de los profesionales de la enseñanza es harto difícil, cuestionada por informes y valoraciones. Sin embargo, yo pretendo ser, en estos momentos, un defensor casi fanático de su trabajo. Porque lo que ellos realizan de puertas para adentro, apenas sí se conoce. La cercanía, lo que tenemos al lado, en el día a día, apenas sí lo apreciamos. Me explico.

Por encargo de la consejería de Educación de Murcia, concretamente de la que era la dirección general de Innovación y Atención a la Diversidad, he sido miembro de la comisión nacional para la valoración de los proyectos finalistas del Premio a la Acción Magistral, que viene organizando en los últimos once años la FAD (Federación Nacional de Ayuda contra la Drogadicción), con la Comisión Nacional Española de Cooperación con la UNESCO y el patrocinio del BBVA.

Tras más de un mes (de agosto) de lectura de proyectos, abrir enlaces y de acumular emociones, he descubierto lo mucho que desconocemos de las grandes cosas que en un centro educativo se llevan a cabo. Y yo, antes de seguir, lo primero que quiero expresar es ¡gracias! a las maestras y maestros, profesoras y profesores esparcidos por toda la geografía nacional, que, en un gesto impagable, con una gran creatividad, ingenian y desarrollan iniciativas en ambientes urbanos o rurales (casi todos situados en zonas de exclusión social), en un maravilloso ´Sueño de Colores´, porque de muchos colores es su alumnado, como dice el precioso proyecto del CEIP Miguel Hernández de la Roda, en Albacete, uno de los finalistas, para generar valores, como la convivencia, la no discriminación, la igualdad, el respeto a las diferencias o a la diversidad, al medioambiente, el voluntariado, etc.

Un colectivo, el profesorado, que humildemente lidera su comunidad educativa, porque, como dicen sus componentes, las diferentes culturas no son un problema, son una riqueza. Así lo entiende otro de los grandes proyectos, ´Buscando Huellas´, finalista también, el presentado por el CEIP Pintor Pedro Flores de Puente Tocinos, de nuestra Murcia, conjuntamente con el CEIP Miguel Hernández de Granada, que promueve el patrimonio histórico del Sur de España para que, desde el legado de las tres culturas (la cristiana, la árabe y la judía), los alumnos de diez nacionalidades distintas contribuyan a una cultura de paz y al diálogo intercultural.

Son proyectos, estos que he leído, de generosidad, porque yendo más allá de lo que legalmente les corresponde, sus protagonistas ponen en marcha iniciativas para incentivar, concienciar o sensibilizar al alumnado sobre problemas que preocupan y sobrecogen a la sociedad, como puede ser la drogadicción, la violencia de género, que se da en todas las edades, o el absentismo escolar. Lo hace, por ejemplo, y por eso ha sido reconocido en los premios de la FAD, el IES Valle de los Nueve de la localidad canaria de Telde, a través de los ´Valores del Cine´, con elaboración de cortos que el propio alumnado ha difundido entre asociaciones e instituciones locales, apoyados, entre otros, por agentes de la Policía Nacional.

Y así podría seguir escribiendo sobre los 534 proyectos que se han presentado a la edición de este año a la Acción Magistral, entre los que hay unos llegados de centros murcianos y otros de Andalucía, Castilla-La Mancha, País Vasco, Galicia, Cataluña o Extremadura, con títulos y contenidos como el ´Viaje de tu Vid´a, de Petrer: Yo, igual a Tú, de Asturias, donde afirman que «la igualdad es un trabajo de todos y todas en todo lugar y tiempo escolar»; o ´Rosa+Azul, igual a Violeta´, sobre la orientación sexual de las personas, etc.

Una maestra, representante de un sindicato de la enseñanza, presente en estos gratificantes debates, afirmaba que llevar una escuela cuesta trabajo, innovar, crear algo nuevo y encima involucrar a la comunidad escolar (madres y padres, instituciones políticas y sociales o medios de comunicación) es casi imposible. Y es verdad.

Me da vergüenza decirlo, pero nací profesionalmente en el Magisterio y, en la ansiedad informativa en la que, posteriormente, he vivido, apenas si me he detenido a apreciar lo que esta buena gente hace. Alguien decía, en estas reuniones, que estábamos premiando lo «extraordinario», cuando su labor en sí, de todos y todas, es extraordinaria.

En una de las peores crisis humanitarias que se recuerdan por la llegada de inmigrantes y refugiados a Europa, consuela y casi acarician experiencias y personas que, en su labor callada, anónima, refrescan y descontaminan el ambiente de nuestro alrededor: profesionales de la enseñanza que creen que un mundo mejor es posible a través de la educación, dentro de una cultura de paz y tolerancia, con unos jóvenes de cualquier nacionalidad, etnia o religión, dispuestos a aprender y crear un espacio de convivencia donde la ley más importante es el respeto y unas familias que apoyan para conseguirlo.