o descubro nada si afirmo que la ciudad de Murcia, quizás toda la Región, no esta preparada para la lluvia a cántaros que nos sorprende cada año. Ni psicológicamente sus habitantes estamos hechos a las gotas frías; siempre hay una improvisación en nuestras vidas cuando la meteorología se especializa en soltar agua sobre nuestra geografía, humana o urbana.

No encontramos el paraguas; el inicio de aquellas goteras hasta en el alma no se arreglaron porque llegó el sol de justicia y nos hizo olvidar el chorrito incómodo. Aún así los establemente afincados nos defendemos del mal (o buen) tiempo con cierta solvencia. El problema de los aguaceros se acrecienta en los sin techo. Hoy a las puertas de Cáritas he visto a los desheredados de la fortuna buscando cualquier cornisa para guarecerse de las inclemencias del tiempo. Inmóviles en el mínimo resguardo; sus rostros entristecidos y paralizados.

Estas gentes, usuarios de la intemperie, eligen Murcia por su clima; el raso aquí es más soportable que en otras latitudes y cuando llega lo que en estos días ha ocurrido, una destemplanza los deja fuera de cualquier mínimo bienestar al que, sin duda alguna, tienen derecho como carne humana que son, parafraseando a aquella gitana que me hablaba de las necesidades de los de su raza.

Una ciudad como Murcia todas las ciudades debe tener su amparo previsto para los olvidados, para los necesitados de un techo y un cobijo. La sociedad no debe dar la espalda a este problema que, en principio, parece mínimo porque afecta a una minoría silenciosa y callada, sin resortes de protesta ni reivindicación posible.

Por desgracia están acostumbrados a la insolidaridad generalizada. Los servicios sociales, municipales o de otro rango, deben de estar atentos a estas necesidades. Por el contrario he visto escenas urbanas donde se desalojan a estos seres humanos hacia cualquier parte con tal de que no 'afeen' la ciudad. A mí me molesta su sufrimiento, no su atavío de pobreza y miseria que debiera avergonzarnos.

No debemos aprender a perder, no queremos saber como abandonar. Hay razones de amor para no consentirlo. Al mundo, los acomodados, le debemos el confort de este lado de la línea que marca la pobreza. Pero, al otro lado hay una injusticia manifiesta, un olvido insaciable, una línea quebrada que marca el lugar de la indigencia afectiva. Urge lo que reclamo y a quien corresponda, como se encabezaban las antiguas solicitudes a vuecencia.