El anuncio del gobierno municipal de Murcia, por boca del señor alcalde, de la elaboración de una Estrategia de Ciudad 2020 basada fundamentalmente en la participación ciudadana no puede menos que sonar bien. Pero ahí no acaba la historia.

Un amigo del ramo me hablaba de cierto obispo cuyo método de toma de decisiones consistía en ratificar los acuerdos adoptados en reunión solo al día siguiente, después de dejar pasar una noche, convencido de que el sueño reparador podía aportar serenidad en la decisión final. Creo que la historia del Partido Popular como abanderado de grandes proyectos para el desarrollo del municipio de Murcia (la mayoría hoy en el limbo y otros circunscritos al beneficio particular) merece una noche de meditación para no reproducir la misma feria.

De entrada, nos parece extraño que el partido de gobierno municipal no disponga ya de un plan estratégico como el que propone. Se supone, y ha de ser así, que con ese argumento (entre otros) ganó las pasadas elecciones y ahora tocaría aplicar lo que los ciudadanos refrendaron con su voto, sin que nada impida abrir a la participación ciudadana extensa esa parte del programa electoral del PP.

Hablar de planes estratégicos supone afrontar un compromiso político de gran envergadura. Hay quien denuncia lo desfasado de estos planes en un momento de escasos recursos, quizá avisado por los derroches de otras épocas, escasamente materializados para el servicio público. Un plan no es un gesto político ni una selección de actuaciones. El promotor de un plan estratégico no aspira a ´poner bonica´ la ciudad. Un plan es mucho más. Como toda estrategia, debe estar inducido por la voluntad final de actuar y obliga a un compromiso político constatable en el tiempo y en los hechos.

Sin ir más lejos, en los cercanos presupuestos municipales debería quedar reflejada la aplicación concreta de esta estrategia para 2016, atendiendo a esa máxima de que lo no presupuestado no existe.

Vertiente importante de cara a un plan sería definir los sectores estratégicos elegidos para el desarrollo del municipio, porque quizá no es sensato abarcarlos todos con la misma intensidad o porque alguno será prioritario. La evidente escasez de suelo industrial supone un lastre para ese sector de desarrollo, así como la endeble y mal cuidada red de conexiones ferroviarias, que tiene en la precariedad del transporte en cercanías un claro ejemplo.

Algunas líneas de actuación necesitadas de compromiso político riguroso podrían ser el empeño por conseguir la máxima eficiencia en la gestión municipal, el fomento decidido de los servicios públicos, el desarrollo de la cultura, la atención a los jóvenes y tantos otros.

Debemos evitar, en nuestra opinión, las actuaciones aisladas diseñadas como emblemáticas. Los elementos de nuestro patrimonio considerados emblemáticos suelen ser al mismo tiempo los más nombrados, desgraciadamente, por el escándalo de su abandono y proceso de deterioro.

Una mala estrategia consistiría en abordar la rehabilitación de estos elementos (la antigua Prisión Provincial, el yacimiento de San Esteban, el conjunto palaciego de Monteagudo€) mediante actuaciones aisladas entre sí y en relación al conjunto de su entorno y de su función social. Esa estrategia requiere una planificación global, que recoja los elementos objeto de actuación, los objetivos previstos previo diagnóstico participativo y amplio, la función social de esos elementos rehabilitados, el presupuesto de actuación, la prioridad de unos proyectos sobre otros, la temporalización de las ejecuciones, €

Y luego está la participación social como procedimiento enriquecedor de estos proyectos, no como jurado. Esta participación no es fácil de diseñar ni de gestionar, no consiste en pedir opinión sino compromiso, no busca el asentimiento sino la valoración crítica, no ofrece la conformidad sino la colaboración. Indaguemos en modelos de participación y seamos capaces de recoger la extensa capacidad de reflexión de todos: de los profesionales, imprescindibles, y del ciudadano de a pie, incuestionable.

En definitiva, como decía el obispo, echemos una cabezadita antes de empezar la obra