A comienzos del pasado mes de agosto, y con motivo de la conclusión de las obras de dragado del río Segura a su paso por la capital, los medios de comunicación dieron cuenta del hallazgo de una inscripción grabada en la clave de la bóveda septentrional, documento parlante que confirma la conclusión de aquella obra arquitectónica el 15 de agosto de 1740, 22 años después de su inicio, ocurrido el 10 de septiembre de 1718. Si para iniciar la obra se eligió la fiesta de Nuestra Señora de la Fuensanta, para terminarla se optó por otra advocación mariana: la Asunción de la Virgen, según refiere la inscripción aludida.

Más de cuatro lustros duró la construcción, iniciada en la fecha citada con una ceremonia celebrada junto al cauce del río, presidida por el obispo Luis de Belluga, con asistencia del corregidor Andrés Carreño Muñoz, el racionero Nicolás Avellaneda y otros regidores, comisarios y escribanos.

La primera piedra se colocó a las cuatro de la tarde de aquel día de septiembre en el lugar que luego ocuparía el «macho o pilar de en medio». Aquella primera piedra (según la documentación que aporta el Archivo Municipal de la capital) fue un gran sillar labrado y hueco, que en su cara superior ostentaba la leyenda «Jesús José y María. 1718», y en las cinco laterales otras tantas cruces.

También en su cara superior tenía un orificio por donde se introdujeron en el interior de la misma, además de un texto escrito con los nombres del papa y rey reinantes (Clemente XI y Felipe V), una medalla de plata del Sumo Pontífice, otra del obispo, una tercera del Cabildo Catedral y otra de la ciudad. Dos reales (uno mexicano y el otro segoviano), una última medalla con la imagen de Santa Catalina y dos Cruces de Caravaca. Pocos años más tarde, en 1722, se acabó el dinero con que el Concejo Murciano contaba para la construcción de puente.

El Ayuntamiento se las ingenió para obtener del rey una orden de colaboración económica que afectaba a los pueblos que estuvieran a menos de 20 leguas (alrededor de 100 kilómetros) de Murcia, orden que tiempo después se amplió al resto de los lugares que conformaban el Antiguo Reino.

El argumento utilizado por el Concejo Capitalino era que todos los habitantes del dicho Antiguo Reino se beneficiarían en delante de aquella obra arquitectónica. En principio cada lugar se negó alegando excusas diferentes, por lo que Felipe V ordenó que no se apremiara a aquellos hasta después de la recolección de los principales frutos del campo y de la huerta (cereales y seda respectivamente). Al concluir este periodo, con mejor o peor disposición, todos los pueblos pagaron su cuota, aunque muy a su pesar y no sin alegar que los habitantes de la capital jamás habían colaborado en la erección de edificio alguno de Cartagena, Lorca, Jumilla o Caravaca, los cuales (según los de Caravaca), «siempre hemos sufragado los de aquí, en solitario». El antiguo Puente Viejo o de Los Peligros, construido originariamente en madera fue destruido por las aguas embravecidas de una riada del Segura en 1701.

Tras varios proyectos de construcción de una obra «definitiva y para siempre», se eligió al arquitecto Toribio Martínez de la Vega para su construcción en piedra, el cual no vio terminada su obra pues falleció en Málaga en 1733, encargándose de su prosecución y conclusión definitiva su colega Jaime Bort Miliá, oriundo de Cuenca, a quien el Cabildo Catedral, como es sabido, le encargó la erección de la fachada principal de la Catedral, habiendo trabajado en Murcia en diversas obras, y también en la provincia hasta 1748 en que marchó a Madrid requerido por el rey Carlos III, dos años después de concluir la obra del Puente.

Con buen criterio, la consejería de Cultura, a través de la dirección general de Bienes Culturales y a petición de Huermur, ha iniciado el oportuno expediente para la declaración del Puente como Bien de Interés Cultural (BIC) con categoría de Monumento, lo que le conferirá el máximo nivel de protección, según la legislación