El próximo 20 de septiembre Grecia celebrará elecciones generales. Nada que ver el ambiente que se respira de cara a esos comicios con la ilusión que se experimentaba en el entorno de las elecciones de enero pasado, cuando la izquierda accedió al poder. Aquella esperanza se ha tornado en impotencia y resignación porque lo que dentro de unos días se ventila no es otra cosa que quién será el gestor de un memorándum, el tercer rescate de Grecia, que condena al país heleno a la colonización y a la deuda permanente, además de a la quiebra social. Lo primero que llama la atención es el hecho de la propia celebración de elecciones, considerando que sólo hace nueve meses tuvieron lugar las últimas y en las que el pueblo tomó una opción clara, la cual se vio reafirmada en el referéndum del pasado mes de julio, cuando más del 60% de la población repudió la austeridad.

Algunos dirigentes de la izquierda, entendido este término en sentido amplio, consideran que la decisión de llamar al pueblo a las urnas es una muestra de arrojo y de respeto a la voluntad popular, toda vez que se habría agotado un ciclo político tras la firma del tercer rescate. Otra parte de la izquierda consideramos, por el contrario, que tras la actitud del máximo mandatario griego subyace la más vieja y rancia política del cálculo oportunista. Efectivamente, en esta interpretación, Tsipras pretendería dos objetivos. Primero, impedir la reagrupación de quienes en su partido se han opuesto al acuerdo con la troika y que pudieran ganar incluso el Congreso que se iba a celebrar en septiembre. La llamada a las urnas se adelanta a este encuentro partidario y posibilita que el dirigente griego se presente a las elecciones bajo las siglas de Syriza. El otro objetivo es buscar el respaldo del pueblo griego al memorándum suscrito antes de que los efectos de éste se hagan tangibles.

Obviamente, quienes respaldan el comportamiento de Tsipras ante esta convocatoria electoral, igualmente justifican lo que ha dado pie a la misma, a saber, el hecho de que aquél estampara su firma en este tercer rescate, incluso más duro que los anteriores en términos de enajenación del patrimonio griego a favor de los acreedores. Se aduce que, dada la brutalmente desproporcionada correlación de fuerzas, la alternativa a no suscribir el documento hubiera sido una violenta expulsión del euro, un estado de quiebra económica generalizada y la intervención humanitaria del país por parte del Eurogrupo.

Es decir, no había alternativa al memorándum porque la otra opción era aún peor. De ese modo, se habría ganado tiempo evitando lo peor y prestando cobertura a un proceso de acumulación de fuerzas que se estaría dando a nivel europeo para poner fin a la austeridad, contando para ello con la colaboración de la socialdemocracia. Este argumentario vendría a ser una construcción teórica emanada de quien ha entrado en estado de negación a raíz de un shock. Efectivamente, como no se concibe que Tsipras, quien iba a capitanear el camino que conducía al fin de la austeridad en Grecia y en Europa, haya capitulado dando la espalda al pueblo que le encomendó lo contrario de lo que ha hecho, se levanta una doctrina exculpatoria que avalaría comportamiento tan incoherente.

El problema es que la justificación falla en su base. Primero, porque sí había alternativa, como ha explicado detalladamente Varoufaquis, quien ha señalado, desde su posición centrista de partidario de seguir en el euro, que la dirección de su partido se negó a contemplar un plan alternativo porque había decidido someterse a la troika. Y en política siempre hay opción, pues de lo contrario se renuncia a la propia política. Y en lo tocante a la acumulación de fuerzas, difícilmente ese estado de resignación e impotencia que se ha generado la hacen posible. Más bien al contrario: el fracaso de Syriza ha desalentado a todo el movimiento popular europeo, lo que tiene su manifestación incluso en términos electorales. En mucha gente cunde la impresión de que No se Puede. Y así no se avanza. Está claro que para la izquierda griega, y no sólo griega, hay que volver a empezar.