Ya llevé hace unos años a la televisión; me acompañó en una intervención de Calle Mayor, aquel programa en directo de las mañanas de la televisión autonómica. Tuvo el éxito de una estrella. Reina pasa por un mal trance, tiene un fallo renal y está hospitalizada con su atención veterinaria profesional; Pepa no es optimista; el gotero la alimenta mientras se busca solución al funcionamiento de sus riñones. Es una buena perra que llegó a mí vida, ya adulta; no la conocí de graciosa cachorra.

Los basset hound son especialmente preciosos a todas las edades; patas cortas y anchas; orejas gachas que, al correr, atraen los vientos hacia su hocico privilegiado. Aunque nunca me acompañó en la caza, ya olvidada. La verdad es que los animales, especialmente los perros, son de una belleza interior inexplicable a veces. Mila, que ama los animales y los entiende, dice que Reina está enamorada de mí vivimos juntos en su soledad animal y en la mía humana; que me necesita más que nunca y que ella me considera su pareja.

La creo. Aún con los rigores del verano en los últimos meses buscaba mi contacto y apoyaba su cabeza con delicadeza sobre mis pies cuando yo esperaba la escasa brisa sentado en la esquinita verde de la terraza de la casa, bajo los pinos gigantes; lo que demuestra que Mila lleva razón en sus afirmaciones. Los animales son siempre un espectáculo inédito, asequible y feliz.

En el barrio, sin haberla presentado yo oficialmente y dicho su nombre, todos la conocen por él y se paran junto a la valla a darle unas golosinas o simplemente a hacerle una pequeña caricia. Los niños la buscan y la llaman. Otros, al paso camino de la escuela, la llaman por su nombre adoptivo de la televisión: «¡Rastreator!», gritan los pajaricos sueltos, que cantaba Vicente Medina. Hoy que no ha amanecido con su presencia, cuando he salido de casa camino del café y de la prensa, tres vecinos me han preguntado por ella echándola de menos. Uno, dos y tres, en escasos cien metros.

Temo por su vida, quiero decir, temo por su muerte. En una simbiosis de amistad, mis amigos Pedro y Juani temen lo mismo por Luna, la perra fiel que les hace compañía desde hace lustros, junto a Roque, su otro perro. Ellas y ellos no nos hablan, pero les basta una mirada; acompañan tu humor aunque éste sea malo de tanto trato humano. Y uno las entiende en su silencio, en la aparente inexpresividad de su rostro. El fustazo de la edad longeva de Reina anuncia mal presagio. No sólo es el clima el que cambia cuando el verano se acaba; su ausencia, quizá, aumentará mi amor en su recuerdo.