El jueves, después de la misa en una iglesia pequeña y recogida, una mujer se me acerca y con lágrimas en los ojos, me dice: «Hoy he necesitado la misa, he tenido que desahogarme con Dios, porque después de ver la terrible escena del niño inmigrante ahogado en la playa, siento que me duele el alma. Mi dolor es indecible y aunque intente expresarlo, me quedo con la sensación de que las palabras no bastan».

Entiendo y comparto ese suspiro sangrando dolor. Ya desde pequeños, de una u otra manera, nos vamos preparando para despedir a los mayores. Es ley de vida. Pero ¿habrá algo más antinatural que enterrar a un niño? ¿Habrá algo más ilógico, absurdo, que contemplar a ese niño muerto (¡qué dolor!) en brazos de un militar, cuando venía en una mísera patera, empujado por el hambre y la inhumanidad de su país? Son muchísimos los que han muerto ahogados en esa tumba infinita en que se ha convertido el mar. Aylan Kurdi se ha tornado en el símbolo de la abominable injusticia de esta sociedad obscena. Un mundo que no tiene entrañas suficientes para hacer llegar a todos los humanos un pedazo de pan.

Los obispos españoles han hablado con claridad y contundencia. Y nada mejor que adherirme al dolor y a la denuncia profética de sus palabras en este duelo en el que todos tenemos las manos manchadas.

«Día tras día somos golpeados por las noticias de numerosas personas, que, huyendo de la guerra o del hambre, acaban dejando la vida de manera trágica, en mar o en tierra, o se encuentran en situaciones extremas. Son hombres, mujeres y niños, en no pocos casos familias enteras, que lo han perdido todo. Sólo les queda la vida, y está amenazada. Sería horrible que la repetición de los hechos acabara anestesiándonos; que, como dice el Papa Francisco, «la globalización de la indiferencia acabara por secarnos las lágrimas»; que dejáramos de clamar contra «este grave crimen contra la familia humana», como ha sido calificado también por el mismo Papa.

Situaciones como las que se están viviendo, que muchos califican como verdadera catástrofe humanitaria, reclaman respuestas urgentes, eficaces y generosas. Europa, a cuyas puertas llaman angustiadas estas personas pidiendo refugio, ha de implicarse con mayor empeño en buscar soluciones globales. Han de comprometerse de manera efectiva en primer lugar los gobiernos, pero también los ciudadanos. En nuestro mensaje para la Jornada de las Migraciones, decíamos los obispos que «hay que ponerse dentro de la piel del otro para entender qué esperanzas y deseos les mueven a dejar su tierra, su familia, los lugares conocidos; de qué situaciones busca escapar». Clama al cielo constatar, junto con las abismales desigualdades de renta media per cápita y de esperanza media de vida, la violencia y las persecuciones desatadas por fanatismos inhumanos o por otras razones políticas.

Los obispos españoles nos unimos, una vez más, al clamor de tantas organizaciones y comunidades cristianas, a los hombres y las mujeres de buena voluntad, que se sienten interpelados por esta dramática realidad que nos llega al corazón. No queremos quedar en el silencio para no ser cómplices de la indiferencia y de la llamada política del descarte que denuncia el papa Francisco.

Hace dos años, ya pedimos al Gobierno desde la Conferencia Episcopal, sin obtener respuesta, la acogida en España de algún grupo de refugiados sirios. Reiteramos nuestra petición de la más amplia generosidad en este momento para la acogida de quienes piden refugio y acogida de manera urgente. Pedimos también la comprensión y colaboración de todos los ciudadanos, a la vez que ofrecemos la de nuestras comunidades y centros de acogida. Los cristianos tenemos por razones humanitarias y evangélicas un especial deber de justicia y caridad, distintivo de nuestra condición.

Invitamos a orar para que nuestro Dios, el Dios de la Misericordia, conceda la paz y el gozo eterno a los que han muerto buscando un mundo mejor. Pedimos el consuelo de la esperanza para sus familiares, así como la luz y la generosidad para todos los responsables de encontrar las repuestas que, en la actual situación, reclaman, a gritos y con lágrimas, tantos hermanos desplazados ante nuestras fronteras de Europa, como un día lo hicieron compatriotas nuestros».

Hasta aquí el mensaje de los obispos españoles. En el mismo sentido se han manifestado Cáritas, CONFER (Confederación de religiosos y religiosas) y el movimiento Justicia y Paz.

Naturalmente me adhiero también a este grito profético.