La foto del niño sirio ahogado en una playa turca se ha convertido en la imagen más conmovedora de la guerra que se libra al otro lado del Mediterráneo, sin que nadie parezca estar haciendo nada por parar el horror. La amenaza de atentados terroristas en los trenes europeos ha sido capaz de movilizar urgentemente a los políticos de los países que se sienten amenazados, pero cuando se trata de tomar medidas para evitar las muertes y el éxodo que se está produciendo por tierra y por mar necesitan varias semanas para encontrar un hueco en su agenda. Ahora hablan del reparto de 120.000 refugiados entre los socios de la UE, pero no se ven iniciativas de Bruselas, de los Estados ni de los partidos políticos para reclutar voluntarios y ofrecer la ayuda que necesitan miles de personas que tratan de cruzar Europa acosadas por las fuerzas de orden, como almas en pena. La foto del niño muerto ha conmocionado a las conciencias y a redes sociales, pero su impacto no ha pasado de la compasión virtual.