Es ya un clásico. Cada vez que viajo a Madrid, lo primero que hago tras dejar las maletas es ir a rezarle con devoción un padrenuestro a Neptuno, el único Dios al que reconozco como verdadero. El otro día, volví a hacerlo y, aunque es de piedra, escuchó mis súplicas: así, en la primera jornada de liga, el Atlético salió victorioso del Calderón y el Madrid, humillado en Gijón. ¡Qué grande Neptuno que reina en los mares para que su hijo, el Atleti, lo haga en los terrenos de juego!