El Presidente de México, Lázaro Cárdenas, ayudó a los republicanos españoles a refugiarse en aquel país tras la guerra civil. En 1939, el cónsul general mexicano en Francia, logró rescatar a unos 40.000 exiliados entre los que se encontraban los intelectuales Federica Montseny, Max Aub o Manuel Altolaguirre. De eso hace muchos años, aunque el suceso ha quedado registrado en la historia y la literatura española sobre todo.

Desde entonces hasta ahora, salvo en el final de la II Guerra Mundial, no se han visto inmigraciones tan potentes, de tantas personas huyendo del hambre y peticiones de amparo de personas cuyos países están en guerras en los últimos años. Los refugiados vienen sobre todo de Siria, pero también de otros países africanos y de oriente medio. Miles y miles de kilómetros por tierra y mar, les separan de Europa. Obstáculos de alambradas, mares tempestuosos, sol y calores asfixiantes son los enemigos naturales de este sufrimiento de los nuevos refugiados. Son los hambrientos de este siglo, nacidos mientras una crisis de la opulencia y el despilfarro hacía de Europa otra zona de paro y pobreza, la pobreza de los pueblos.

El capitalismo ya ha comenzado el análisis de las cifras: Será necesario que mueran millones de hombres, mujeres y niños, tanto en las hambrunas como en esos viajes que, como la trágica odisea de la muerte, hará que disminuya el colectivo de refugiados que es ya como una diáspora de un camino hacia ninguna parte, un viaje que no tiene retorno y que sólo espera en la ilusión de quien lo hace.

Los hemos visto arrastrarse por debajo de las alambradas a los árabes que creyeron inocentemente en aquellas primaveras árabes que eran la antesala del terrorismo de un califato de locos fanáticos y crueles asesinos. Pero ni Europa ni USA se dieron cuenta de que era peligroso este terrorismo religioso desconocido antes. Un terrorismo salvaje y al tiempo cruel. Por eso huyen los que buscan refugio en otro países: No es necesario significar la semántica de la inmigración y los refugiados. Dice la diosa de Alemania que no es lo mismo, pero qué más da. Y temen morir allí en sus casas. Por eso huyen, porque tienen hambre y sed, y porque temen a las bombas.

Un día nosotros también conocimos la emigración y también fuimos refugiados porque huíamos del franquismo fascista. Conocimos un país hermano, México, y un Presidente amigo, Cárdenas. Pero ahora, en circunstancias similares no hay nadie ni nada que evite estos ríos humanos huyendo de sus países, metidos en cámaras frigoríficas, congelados como carne de animales muertos, o en bodegas de barcazas que se hunden en alta mar. Son sirios, pakistaníes, huyen de la miseria humana padecida, hambrientos y con el pánico desde que nacieron en sus ojos por la muerte y la desesperación. Sólo hemos puesto fronteras más duras para que no lleguen, barricadas que nos defiendan de ellos, de esa palabra horrorosa (los extranjeros), muros y alambradas, policía y dolor a un pueblo de personas, cientos de miles que sólo buscan un lugar donde descansar.

Vienen de África, de Siria, Irak y Afganistán, pero también de los propios Balcanes occidentales llegan para proseguir su viaje hacia países más ricos como Alemania o Suecia. Vienen de dormir al raso, con hambre y cansancio, pero nadie les va a parar porque han traído a sus hijos para quedarse entre nosotros. Lo han perdido todo y quieren rehacer su vida de otra manera.

Y a nosotros no nos basta con mirarles compasivos, la respuesta europea ha sido decepcionante. Al terrorismo yihadista hay que combatirlo en origen, en Siria, Irak o Libia, y no intentando identificar infiltrados entre los refugiados que llegan a la UE. En cuanto a los refugiados, obviamente, es obligación de los estados europeos ofrecer ayuda humanitaria a las personas desplazadas, pero también actuar en las causas de ese efecto expulsión que suponen los conflictos y las guerras. Se hace necesaria una profunda reforma de la política migratoria y de asilo europea que incluya la apertura de vías legales para la presentación de peticiones de asilo en los consulados y un reparto equitativo de las cargas de refugiados, pero también la puesta en marcha de mecanismos europeos de gestión para atender también las migraciones laborales.