Erase un hombre que quería ser Hemingway pero no aguantaba un trago de güisqui y le asustaban tanto los tiros que los confundía con portazos, y viceversa. Pero lo que más le alejaba del héroe al que deseaba parecerse, es que cargaba su prosa de adjetivos como una camarera de barra americana de cuarta espolvorea su cara antes de trabajar. Érase otro hombre que deseaba colocar la cámara como Welles pero nunca hizo una foto con la Verlisa color que compró al cobrar su primer sueldo como vendedor de helados en los cantones de La Coruña. Érase una mujer que soñaba con Gerda Taro, con sus fotos, con su breve vida, y con su muerte: aplastada por un tanque republicano cuando volvía de Brunete. Esa mujer es varias, porque muchas consiguieron la belleza con su ojo en el visor del objetivo, de todos los objetivos, con sus chasquidos de dedos ordenando qué cámara pinchar, y cómo debía encuadrar otra para el plano siguiente. Y hubo un hombre que quiso ser pareja de una de esas mujeres, aunque su destino estaba escrito para otros menesteres, ni él ni ella lo sabían entonces. Por eso, estos días en los que Ortigueira, una villa ártabra al norte de la provincia de Coruña, muy al norte, se ha convertido en objeto de programas y couchés de vísceras y cotilleos, yo recuerdo otra historia, más seria y ortegana. La del hombre constante y tranquilo que quería estar con Marta, que muchas tardes de unos cuantos veranos, iba a buscarla a su casa, e inútil e impotente, volvía en retirada, sin ella. No podía ser Hemingway, ni paseando por la Alameda, ni trasteando en el Cantón, ni escalando la avenida de Cuba? Pero era un héroe, de sí mismo, y quizás por ello su constancia le ha llevado al éxito en otros ámbitos que no vienen al caso, y a tener mujer, e hijos. Su fuerza estaba ya en explosión cada una de aquellas tardes en las que acudía al portal de Marta y fugaz, tímido, galaico, timbraba el primitivo interfono de la amada. Esperaba cauto la respuesta, y ante ella decía siempre lo mismo: «¿Está Marta en el piso?». Pero Marta nunca estaba, o nunca estuvo o no quería estar. Marta no bajaba, no aparecía o aparecía para decir que se iba a Madrid o a Pernambuco. Sueño, ya pocas veces, que tengo que volver a estudiar la carrera universitaria, mi título no vale. Es una pesadilla. Pero sueño, ya maduro, que mi único trabajo consiste en timbrar y decir, ¿está Marta en el piso?, y eso es un verso.