Nos escribíamos cartas para recordar el viaje que habíamos hecho juntos durante el verano, como si plantáramos recuerdos uno en la mente del otro para llegar bien preparados a un invierno en el que íbamos a estar separados. Esos recuerdos serían nuestro calor, nuestros paseos, nuestras noches juntos. Y como el invierno iba a ser largo y frío, no nos bastaban los recuerdos aislados de cada uno. ¿Y si ella olvidaba aquella vez que tuvimos que correr para subir al tren de Bolonia sin detenernos a convalidar los billetes? ¿Y no podía ocurrir que yo dejara pasar el instante en que descorrí las cortinas y la luz rojiza de los tejados entró en la habitación la primera mañana? Cada uno de esos momentos, y tantos otros más, debía ser conservado tal como lo habíamos vivido.

Ella insistía en el azul intenso del cielo. Las cúpulas verdes brillaban sobre los tejados como faros en el mar. Cierro los ojos. Vuelvo a ver la explanada de la piazza Reppublica con las piedras del suelo vibrando bajo el sol y a ella, bordeándola pegada al muro del castillo porque con los tacones no podía caminar sobre el empedrado. Y le recordé que de vuelta, por las noches, la plaza estaba oscura y silenciosa. Una pequeña ventana permanecía iluminada en el castillo. Los altos árboles en el fondo de la plaza ocultaban las farolas. Solo las piedras del suelo parecían todavía brillar débilmente con una luz plateada como brasas en medio de la noche. Así queríamos que nos calentaran también las palabras durante el invierno.

En cada carta plantábamos un recuerdo. A veces eran suyos y otras míos, pero al compartirlos el verano se ensanchaba y, sin que lo hubiéramos previsto, iba alejándose. De alguna forma, lo vivido se volvía más y más extraño. La chica que había estado conmigo tantas noches tomando una copa en la terraza del café Teatro Nuovo empezó a parecerme otra. Contemplábamos la torre de la catedral y mirábamos pasar a los jóvenes que iban y venían en bicicleta. Sin embargo, en sus recuerdos ella me resultaba extraña, como un sueño demasiado real. Intenté mirar con más atención más allá de la torre, en la perspectiva que llevaba a via Mazzini, y descubrí que así la recuperaba, como si volviera a entrar en la realidad de sus recuerdos, donde ella decía: «no dejes de mirar, fíjate en cada detalle».