Lo que anticipó Walter Benjamin sobre la reproductibilidad del arte, ha sido rebasado con creces. Ocurre que Benjamin 'solo' conoció la fotografía, el cine y la radio, como nuevas formas de expresión en donde cabía el arte. Lo que vino después, incluso antes de internet, parecía una frontera difícilmente superable. Pero no, había otras cosas más horribles que el infierno y están en este mundo: masas de gentes en las playas con sus smartphones haciendo y haciéndose fotos, y colocándolas de inmediato en las redes, compartiéndolas con ese universo imaginado de amigos que dicen tener en todas partes. La patología afecta a todas las edades, condiciones sociales, orígenes étnicos, y supongo que religiones y otra clase de creencias acéfalas.

El terror me asaltó esta semana en playa América, un lugar idílico porque siempre, por mucha gente que haya, da la sensación de espacio abierto en esa contemplación panorámica del océano que se abre en el remate de la ría de Vigo. Pero esta vez cundió el pánico, cundió en mi mente, claro, pues estaba rodeado de gente que no hacía otra cosa que fotografías con sus teléfonos y, a continuación, supongo que las enviaban también por guasap o las incluían en la red de turno. El pánico, casi claustrofóbico, me lo provocó el pensar que yo, seguro, estaría incluido en muchas de esas fotos, al fondo, en una esquinita, en segundo plano, mi cara, mi barriga, un pie, mi barba, sólo un párpado, una mano, las dos, la espalda, un cachito de bañador? ¡qué sé yo! Estuve mucho tiempo callado hasta que mi mujer empezó a preocuparse y decidimos ir a comer.

No hay mejor sanador de penas y de inquietudes que una buena empanada y un filete de ternera gallega. Funcionó, y hasta me atreví a volver a la playa a darme un baño reparador de digestiones y de cavilaciones. Pensé en Barthes, cuyo centenario se cumple este año, y en los muchos signos que vería en las sombrillas de playa de cada cual, los colores, las marcas, los extraños dibujos cubistas, las repetidas combinaciones arcoíris? Con esta distracción leve me olvidé de los fotógrafos compulsivos y me divertí imaginando biografías de los bañistas a través de sus sombrillas. Una espectacular mujer que vestía un biquini colorado, se daba sombra con una que ostentaba el nombre de una marca de ropa británica de hombre. Sin duda estaba llamando/esperando a alguien. Pero esa ya es otra historia.