Todos, en un momento u otro de nuestra vida, hemos tomado decisiones que sabíamos que podían tener un resultado muy perjudicial para nosotros, pero aun así hemos seguido adelante sin pensar en las consecuencias, y nos hemos negado a ceder o a rectificar cuando aún estábamos a tiempo. Y en estos casos siempre hemos pensado que no teníamos ninguna otra opción, cuando en realidad había docenas de alternativas posibles. Y siempre que hemos actuado así, y eso es una constante en la psique humana, hemos creído que estábamos reaccionando ante una humillación intolerable o ante una afrenta que comprometía nuestro buen nombre, porque el orgullo y la vanidad herida siempre juegan un papel importante en esta clase de reacciones. Y además, y eso es otra constante de la psique humana, siempre que actuamos así hemos hecho un cálculo erróneo de los beneficios que pensábamos lograr con nuestra decisión: unos beneficios que nos resultaban mucho más atractivos cuanto más disparatados o más inalcanzables, igual que les ocurre a los jugadores compulsivos que apuestan todo lo que les queda a un solo número en la ruleta. Y lo curioso del caso es que todos, al actuar así, intuíamos que estábamos haciendo las cosas mal, pero ya estábamos tan atrapados por la decisión que habíamos tomado que hemos seguido adelante, pensando que en el último momento sucedería algo imprevisto que lo arreglaría todo. Pero al final nunca ha llegado a producirse ese milagro, y ha acabado sucediendo la catástrofe que nosotros mismos habíamos hecho inevitable.

En la historia también ocurren hechos así. Y todo lo que pasó en el verano de 1914, en las cinco semanas previas al estallido de la Primera Guerra Mundial, demuestra que docenas de gobernantes pueden tomar todas las decisiones equivocadas creyendo que al final van a triunfar sus intereses sin sufrir perjuicio alguno. Y si lo hacen así, es porque está en juego su reputación y su vanidad, cosa que les impide reconocer que están cometiendo un error; pero también porque todos creen que al final ocurrirá algo inesperado, en realidad un milagro, que lo arreglará todo en el último momento. En su gran ensayo sobre los orígenes de la Primera Guerra Mundial, Christopher Clark llamó «sonámbulos» a los responsables de que se desatara el horror de la guerra, porque todos esos gobernantes actuaron sin medir las consecuencias de sus actos y sin imaginar hasta dónde podrían llevarlos. En julio de 1914, cada nuevo paso que daban los gobernantes y los jefes del ejército comprometía las decisiones de los demás actores en juego, que también eran muchos, y con ello disminuía su capacidad de maniobra, pero unos y otros acabaron metiéndose en una telaraña de la que les fue imposible escapar. El zar de Rusia, por ejemplo, se negó a firmar la movilización general porque no quería «desencadenar el horror de una guerra», pero dos días más tarde la firmó pensando que esa amenaza detendría a los alemanes y austriacos, quienes a su vez se vieron forzados a ordenar la movilización general, pensando que si no lo hacían serían tomados por cobardes o idiotas. Y al final, unos y otros, alemanes, austriacos, rusos, serbios, franceses e ingleses, no tuvieron más remedio que declarar la guerra. Y lo bueno del caso es que todos, hasta el último momento, estaban convencidos de que iba a ocurrir el milagro que evitaría la catástrofe. Y por supuesto, el milagro no ocurrió y la guerra europea empezó el tres de agosto de 1914.

El próximo 27 de septiembre hay elecciones en Cataluña, y aunque las circunstancias son muy distintas, en este caso también estamos viviendo una situación flagrante de sonambulismo político. Tal como ocurría en el verano de 1914, los dirigentes políticos están jugando con fuego pensando que en el último momento ocurrirá un milagro que lo arreglará todo. Pero la catástrofe está asegurada sea cual sea el resultado de las elecciones, porque todo el proceso está planteado de una forma tan chapucera y sonámbula, y por todas las partes implicadas, que jamás podrá llevar a ningún resultado positivo para nadie. Y aunque estamos acostumbrados a pensar que todo se arregla en el último minuto, quizá esta vez ocurra lo mismo que en 1914, y al final todos nos veamos metidos en un conflicto que nunca habíamos deseado, a pesar de que llevemos mucho tiempo haciendo todo lo posible para que eso, tan temido, al final se haga real.