Hace unos días leía una divertida anécdota del periodista argentino Pedro Jorge Solans. Narraba un premonitorio episodio de la Guerra Fría con Fidel Castro como protagonista. En una de sus reuniones con la prensa internacional, el líder de la revolución, pletórico tras el trompazo norteamericano ante el Vietcom comunista, se refirió con ironía a las relaciones de la isla con el país vecino, totalmente bloqueadas por la tensión nuclear e ideológica: «Estados Unidos vendrá a dialogar con nosotros cuando tenga un presidente negro y haya en el mundo un papa latinoamericano». Era 1973. Caprichos del destino, 42 años más tarde su hermano Raúl visitó Roma el pasado mayo para encontrarse con el papa Francisco, argento, como Solans -el primer papa latinoamericano de la historia-, y el objeto principal de su charla privada fue el inicio de un diálogo inédito durante cinco décadas y que pretendía acabar las hostilidades entre Cuba y Estados Unidos. Hoy, tres meses más tarde, la bandera de las barras y estrellas ondea en la embajada norteamericana de La Habana 50 años después, tras un acto simbólico presidido por el secretario de Estado yankee, John Kerry, segundo de a bordo de Barack Obama: primer presidente negro de la historia de su país.