Últimamente, se ha vuelto a releer en diarios nacionales un texto corrosivo y con evidente sentido del humor del escritor venezolano que, entre ensayo y relato, escribió una historia en el 2002, que formaba parte del libro por varios autores y titulado Narraciones anacrónicas de la modernidad. Melodrama e intermedialidad en América Latina, publicado en Santiago de Chile en la editorial Cuarto Propio. El texto de referencia es de Ibsen Martínez y se llamaba 'El caza interceptor de delia Fiallo'. Se trata de una historia de relación entre una cadena televisiva venezolana y un semiólogo argentino, contratado para descubrir -y después repetir- el éxito de las telenovelas de la competencia.

Dice en el texto el escritor venezolano Ibsen Martínez que un productor de telenovelas, Flaco Alfano, fundó, a mediados de los años setenta, un laboratorio de semiología aplicada. Buscaba acorralar la fórmula de un argumento inagotable que venciera la erosión de lo manido y el tedio del auditorio. Para ello, necesitaba una telenovela irresistible, capaz de derrotar una y otra vez los libretos de aquella Delia Fiallo, exitosísima escritora, cuyos culebrones ganaban impasiblemente las mediciones de audiencia. El productor estaba harto de doña Delia y por eso quería el arma absoluta.

Explica el texto de Martínez que el argentino Flaco Alfano había cultivado desde joven un genuino interés por la semiología, conociendo la obra de Greimas y Derrida, y alcanzado un superlativo dominio autodidacta de sus técnicas de disección que nadie en el perímetro académico del país podía equiparársele en análisis semiológicos. Había escapado a tiempo de la junta militar fascista, al precio de dejar atrás a su familia y una anchurosa biblioteca de temas semióticos. Desde el día siguiente a la tertulia universitaria en que supo que existía Roland Barthes y desterrado a Caracas, resolvió ofrecer profesionalmente sus saberes y buscó sitio como profesor de semiología en la Universidad Central de Venezuela.

Tímido y desconocido, Alfano se hizo ver en tertulias de gente culta y popular. Durante semanas siguió esa estrategia, confiado en llegar a conocer así a algún miembro influyente del claustro académico, hasta la tarde en que, a punto de agotarse sus ahorros, el Flaco fue a sentarse en la última fila de butacas del auditorio de Humanidades. Lo hizo a tiempo de presenciar un debate que se desarrollaba en una sala casi desierta y cuyo tema era en sí mismo una hipótesis: los participantes discutían la conveniencia de una telenovela que modelase conductas solidarias en la población.

El Flaco pidió la palabra al final del acto y recriminó cansinamente a los hablantes y a los oyentes por escuchar en calma tantas «pavadas behavioristas» en lugar de plantear lo único que a su entender cabía hacer: deconstruir la telenovela, desagregar los elementos del género, inferir sus leyes de composición según un programa que inmediatamente comenzó a describir en todos sus detalles. El Flaco usó el símil de un caza interceptor soviético, un prototipo capturado por los israelíes en 1973 y desarmado para estudiar sus reactores, su armamento, su aviónica. De súbito, cobró consciencia de su ira y su enajenación, dejó una frase en suspenso y abandonó la sala.

En la historia literaria, El Flaco renunció a seguir con el debate y abandonó la sala. Alguien siseaba y le pedía acortar el paso. El Flaco se detuvo y se volvió para mirar. El que trotaba en pos de él era un hombre bajo y delgado. Alfano lo reconoció en el acto como el psicólogo social del panel. El psicólogo le tendió la mano, jadeante. Sonreía: Permítame presentarme: soy el profesor Guevara. Me encantó su intervención. Muy lúcida, muy enterada. Brillante.

Muchas gracias.

¿Cree de verdad que pueda desarmar un caza interceptor ruso?

Notó la confusión del Flaco y se explicó: De noche soy profesor de Psicología Social. Pero de día trabajo para el Canal 12. Dirijo un equipo de investigación de audiencias: encuestas y vainas así. El canal acaba de adquirir una telenovela de Delia Fiallo. Nos gustaría 'deconstruirla', como dice usted, para ver qué tiene adentro. ¿Cree que pueda con el encargo? ¿Puede venir a verme el lunes?

Y eso se hizo, deconstruir. El canal destinó más de la mitad del piso de escritores al laboratorio del Flaco Alfano. Los ventanales del laboratorio fueron cegados con vidrio ahumado y persianas de metal anodizado. La telenovela de la señora Fiallo había sido destazada según un método que se anunciaba en el diagrama como 'Esquema actancial de Greimas-Gennette-Alfano para el análisis diegético-mimético de la telenovela'. Pocos días más tarde, el gerente llamó al Flaco a su despacho y le dijo: «Bueno, Alfano, ahora que ya sabemos cómo funcionan las telenovelas, escríbame una que acabe. Por aquel tiempo yo no era más que un 'dialoguista', añade Ibsen Martínez, alguien que escribe escenas y diálogos que se desprenden de un diagrama, sabe Dios si diegético/mimético. El diagrama de cada capítulo es obra del autor de la telenovela. Un autor cuenta con tres, cuatro y hasta cinco dialoguistas. Todos trabajan sujetos a un taylorismo frenético que intenta mantener la cadencia de producción de libretos siquiera un paso por delante de la grabación de capítulos.

Recuerda Martínez en el relato que el Flaco gesticulaba una diversidad de niveles -«en el nivel paródico pasa esto; en el nivel retórico pasa esto otro»- para hacerme ver que habría un «culebrón dentro del culebrón» porque la heroína y el galán eran, en la ficción del Flaco, actores de telenovela y todo el argumento amoroso transcurría en un canal de televisión. En la vulgata del negocio de la telenovela figura la advertencia de que cuentas a lo sumo con tres emisiones de una hora para cebar tu anzuelo y enganchar un auditorio. Delia Fiallo solía lograrlo en una sola emisión, pero ¡entendámonos!, Delia Fiallo es Delia Fiallo. Ibsen Martínez no supo explanar las premisas del Flaco en menos de 27 emisiones, al cabo de las cuales Delia Fiallo le había hecho trizas junto con el arma absoluta del gerente general. Nadie en todo el país soportaba ver TV Confidencial, que así se llamaba el culebrón con metatelenovela incorporada del Flaco Alfano.

«Tuve que indicar -comenta Ibsen Martínez- que estaba muy preocupado por cuán difícil me resultaba enunciar en el plano paródico de la metatelenovela la pasión por la heroína que devoraba al galán y, al mismo tiempo, mantener vivo el rencor inextinguible que los separaba en el plano retórico de la telenovela nodriza. Para subrayar las diferencias, los diagramas del Flaco instruían enfáticamente que la heroína besase al galán de improviso y que lo abofetease a la menor provocación. Los protagonistas dejaron de hablarme después de la segunda bofetada». «En cuanto a mí -añade Ibsen Martínez- hace quince años en el plano diegético dejé para siempre la televisión y en el plano mimético soy periodista».