Marlo M. Cipolla fue un eminente profesor de Historia de la Economía „si la impartió en Berkley, es evidente que no se graduó en la Universidad que ideaba Wert„. Pero al margen de su talento como economista, es conocido por su Allegro ma non troppo, en el que enuncia las cinco leyes de la estupidez con la precisión de un civilista estudioso del Código napoleónico. Si desean pasar un rato divertido, Diego Marín no tardará dos minutos en ponerlo en sus manos. Podrán aprender a distinguir un hombre inteligente, de un ingenuo, un malvado o un estúpido, con una sencilla regla que representaría cada acción de una persona en un sistema de coordenadas, en función del perjuicio o beneficio que tiene para sí -eje de abcisas- y para nosotros -eje de ordenadas-.

Las acciones de un buen profesor lo calificarían de hombre inteligente, pues a la vez que inculca conocimientos a sus alumnos, se beneficia a sí mismo, siquiera sea por su imagen de hombre sabio. Si además es Paul Krugman, el beneficio para sí se materializaría en millares de libros vendidos, aunque no precisamente a sus compañeros del gremio que, envidiosos de su premio Nobel de Economía, se empeñan en seguir las recetas contrarias y así nos va a los que en esta reencarnación elegimos ser proletarios o autónomos de la pequeña empresa. En el cuadrante de los incautos podríamos situarnos cada uno cuando, perjudicándonos a nosotros mismos, hemos beneficiado a algún miembro de nuestra familia -política, por supuesto- o a un compañero de trabajo. En el lado de los famosos, el mismo papa Francisco podría llevarse la palma, cuando alguno de sus mensajes o incluso su encíclica pone de los nervios a gran parte de la Curia, incluida la banca que administra las finanzas de algunos feligreses.

De los malvados qué les voy a contar, pues con sus actos se benefician ellos y nos perjudican a nosotros, tanto más cuanto mayor sea su maldad. El ejemplo más representativo son algunos políticos corruptos, que también los hay, como las meigas. Pero no quiero poner ejemplos de una germanía que se caracteriza por todo lo contrario: anteponer el bien común a su interés particular. Los héroes de guerra, sí, esos que nos cuenta la Historia, pusieron en riesgo sus vidas o las perdieron por algunas entelequias que soñaron dignas de mejores méritos. Me refiero, cómo no, a los españoles, pues todavía otras naciones saben reconocer el mérito a quienes fueron insignia de generaciones venideras. Italia dedica estatuas a sus grandes literatos, Virgilio, Dante... aun cuando su patria no fuera entonces ni el sueño de un país bajo una bandera. En Murcia tenemos que poner el oficio por delante del nombre para que sepamos a quién está dedicada una calle. Así hacemos esfuerzos para que un nuevo preboste suelte impertérrito aquella frase de un político franquista que citaba Lázaro Carreter en sus acerados dardos: «Mens sana in corpore insepulto».

Hablemos finalmente de la estulticia, la de aquellos que se perjudican a sí mismos al tiempo que dañan a los demás. A nadie sorprende la frase bíblica, aún citada en latín, «stultorum infinitus est numerus», el número de los tontos es infinito, lo cual le confiere un argumento de autoridad que no le daría ni el mismísimo San Jerónimo, su probable y sagaz autor. Cipolla mencionaba que el número de estúpidos es una constante universal, que no importa el estrato social, político, económico, intelectual, en que nos encontremos, siempre tendremos un porcentaje fijo de necios, cuyo poder tendemos a minusvalorar, porque creemos que en nivel superior se reduce la probabilidad de encontrárnoslos. Y sin embargo, las consecuencias de sus actos son desastrosas cuanto más poderosos sean -piensen en cualquier ministro de Educación que se les ocurra-.

Sin ir más lejos, recreen visualmente algunas rotondas cuyo diseño les haga acordarse de la santa madre del ingeniero de Caminos que la proyectó, de la que no saldríamos indemnes siguiendo el hilo de Ariadna. O en el trazado del tranvía, mientras contemplan al tercero que pasa por enfrente, sin moverse un milímetro de la ´pole position´ del semáforo. No miren el perjuicio sólo en el daño moral o económico, sino en el desprestigio que sufren las Escuelas de Ingeniería, que eran la enseña de la Universidad española en tiempos de Romanones. Artur Mas vuelve a darnos una lección de su talento cuando rompe su entente con Unió Democràtica de Catalunya. Si el descalabro en coalición fue pequeño, imagínense por separado. Y además destituye a los consejeros de su otrora pareja ganancial y hoy recién divorciada, demostrando con ello que los nombró por sus grandes cualidades humanas. Y para colmo constituye pareja de hecho con ERC, que le sacará los ojos por su amancebamiento. Otra cosa es Rajoy, que por no actuar no se sabe en qué punto del cuadrante situar sus decisiones; su falta de acción lo hace incalificable. Sólo que la técnica penalista está curada de espanto; si es delito la acción humana tipificada en la ley, también se admite que la comisión por omisión pueda ser dolosa.