Ahora que, al menos durante una temporada, el drama griego ha bajado de intensidad, resultaría interesante plantear algunas posibles soluciones (ninguna de ellas sensata, advierto) a tantas cuitas como las que nos regala la tortuosa relación entre los helenos y el euro.

Primera opción: nos vamos todos del euro menos Grecia. Así el bello país mediterráneo no tendría problema alguno para devaluar la que pasaría a ser su moneda en exclusiva. La cual, al fin y al cabo, es más suya que de nadie, pues tanto la palabra Europa, como el mito de la misma (la muchacha raptada por Zeus versión toro), son griegos. O sea, que nadie con mejor derecho que ellos para apropiarse de la divisa y echarnos a todos fuera. Bien visto, y desde la perspectiva griega clásica, no somos más que una panda de bárbaros. Y, si nos fijamos en nuestros actos, parece que tenían motivos más que sobrados para pensar así de nosotros.

Segunda opción: nos vamos todos del euro menos Alemania. Ya se sabe que los alemanes tienen muchas virtudes, pero la de improvisar y cambiar de rumbo cuando tienen una decisión tomada, aunque sea evidente que los resultados van a ser desastrosos, no es una de ellas. Así que les dejamos la moneda única a ellos solos y, ya que la controlan de facto, que pasen a controlarla también de iure.

Tercera opción: dividimos el euro en dos. Uno potente para Alemania y sus palmeros del norte. Otro un poco más cutre para los países menos formales del sur. El de arriba austero, con poca inflación, sin devaluar, serio y formal en plan lanzador de peso germano. El de abajo despilfarrador, inflacionista, devaluado, de fiesta toda el día como ligón de playa italiano. Y que Dios nos pille confesados, claro. Porque al final tendríamos billetes de 10.000 euros por aquí abajo y, ante el desastre generalizado, se tendrían que vender las lavadoras Bosch a sí mismos por allí arriba.

Cuarta opción: a la mierda el euro y que cada perro se lama su rabo. O sea, de vuelta a la peseta, al franco, al marco y a la dracma. Lo del euro fue un bonito intento, pero nos salió mal y unos acabamos estrangulados al no poder devaluar nuestra moneda y los otros hasta las narices al tener que rescatarnos periódicamente a los demás. Esas cosas pasan. Miren la Unión Monetaria Latina del siglo XIX. Cierto que durante los primeros años tras la disolución esto será el caos y cierto que la Unión Europea y todo lo que nos ha evitado matarnos durante los últimos setenta años se irá al garete. Pero, en fin, no se puede tener todo.

Quinta opción: volvemos al patrón oro. Las monedas fiduciarias actuales son una filfa. El billetico de cien euros que parecía una montaña inamovible viene de una crisis salvaje del capitalismo y descubres que no es más que eso: un papel de colorines. Pero el oro y la plata son cosas bien sólidas. Desde que el mundo es mundo todos los pueblos civilizados de la Tierra han aceptado las monedas de metales nobles como un valor en sí mismo. Así que dejémonos de tonterías (al fin y al cabo, lo de hacer monedas con un valor intrínseco nulo tiene menos de un siglo) y volvamos a acuñar monedas de oro y plata. ¿Imaginan llevar una moneda de cincuenta euros de oro en el bolsillo y pagar con ella el periódico? Ohhhh, eso sí que molaría.

Sexta opción: confiamos en que el Estado Islámico nos invada y nos solucione el problema. Puede parecer una locura, de hecho, lo es, pero admitamos que sería una solución a todos nuestros problemas. Además, por el mismo precio nos podríamos olvidar también de lo de Cataluña. Dos por uno, señora. A ver quién es el guapo que se independiza del Estado Islámico. Ahí ni lista unitaria ni narices. A la mínima que te muevas, degollando que es gerundio. La de tiempo que nos íbamos a ahorrar en tertulias políticas.

Séptima opción: la anarquía. Ni euro, ni peseta, ni oro, ni naranjas de la China. Disolvemos el Estado y montamos el desparrame. Neumáticos en llamas, barricadas, partidas de saqueadores con crestas y mucha quincallería. Puro Mad Max versión europea. Ya me imagino a la Merkel cual Tina Turner más allá de la cúpula del trueno. Iba a ser el no va más. Un no parar de reír.

Octava opción: nos hacemos comunistas. Ahí sí que íbamos a dejar descolocado a más de uno. ¿Cómo? Sencillo. Le explicamos al personal de qué va de verdad esto que llamamos democracia y capitalismo. Y ya verán. Los referendos pro comunismo iban a ser como los candidatos de Ciudadanos, que donde no había ni uno, al día siguiente hay mil. Las masas abrazando a Marx. Varoufakis de amo del calabozo. Me pongo sólo con pensarlo.

Novena opción: nombramos nuevo presidente de la Comisión, del Consejo, del Eurogrupo y del Banco Central Europeo (todo al mismo tiempo) a Zapatero. A los tres días apocalipsis zombi y problema solucionado. Con el bueno de ZP de gerifalte europeo lo de menos sería el euro. Ahí ya estaríamos hablando de encuentros en la tercera fase, epidemias masivas, hundimiento del continente en lo profundo del océano. El acabose. Y si al par de meses aun quedara algo de civilización occidental en pie le ponemos de vicepresidente a Rajoy. Fin de la cita.

Décima opción: hacemos de este bebedero de patos que llamamos Europa un Estado federal mínimamente parecido a los EEUU. Con una economía única, un ejército único, una política exterior única y hasta (con suerte) puede que unos derechos sociales únicos.

Tal vez la más demencial de todas las opciones, lo reconozco. Pero, ¿saben qué? Por soñar que no quede.