Solía entrar al antiguo bar Centro de Molina y pedir una cerveza y una tapa sólo por contemplar el cartel taurino que presidía el establecimiento. Un póster de tamaño colosal, original -aunque restaurado-, que de manera inocente anunciaba la que fuera la tarde de toros más trágica lidiada de este país: la corrida en la que murió Manolete. Con la cerveza en la mano, me plantaba ante el cartel y paseaba por la memoria histórica y sentimental de España. Linares, 28 de agosto de 1947, a las 4.45 de la tarde, toros de la ganadería de Miura. Imagino a un triunfal y alegre Manolete, haciendo el paseíllo junto a los otros dos toreros que le acompañaban esa tarde, Gitanillo de Triana y Luis Miguel Dominguín; y reflexiono sobre la incapacidad del ser humano para detectar cuándo se presentará en tu vida el Islero que te hunda mortalmente uno de sus pitones.