Los peronistas, decía Borges, no son ni buenos ni malos: son incorregibles. Y, además, eternos. La prueba está en cómo desplegando un manto de disfraces -de la extrema derecha a la extrema izquierda- han sabido perpetuarse en el poder. La última reinvención peronista, o kirchnerista, es el alcalde de Buenos Aires, el oficialista Daniel Scioli, que mantiene una relación inestable con la Presidenta que hace presagiar un futuro aún más tormentoso. Nadie ha sabido escenificar su desencuentro tribal con tan graves consecuencias para un país como los incorregibles peronistas de Borges.

La demencia es consustancial a la política argentina. Pero, no crean, tampoco se admite. Hasta tal punto se ha disfrazado la realidad que sólo los locos han sido considerados cuerdos, como Sarmiento. Domingo Faustino Sarmiento fue presidente a mediados del siglo XIX_y popularizó un lema: "Abrid escuelas y no tendréis revoluciones". Multiplicó por doscientos el presupuesto escolar de Buenos Aires y sus adversarios empezaron a llamarle loco. Luego fueron sus amigos los que cariñosamente se dirigían a él de esa manera. Un día visitando un manicomio, uno de los enfermos, le saludó: "¡Caramba, Sarmiento! ¡Por fin le han traído a usted aquí!"

La política en este país, al igual que sucede en Argentina, está alejada de la razón por culpa de quienes se dedican a ella. Si no fuera porque la demencia se ha disparado al infinito con sujetos que decapitan a sus hijas o prenden fuego a su mujer, los casos de los exalcaldes de Moraleja de Enmedio, que supuestamente se lucraba con ropa donada a los pobres, o el de Valdemoro que hizo resplandecer la verdad reconociendo que se había hecho diputado "para tocarse los huevos", serían dignos de estudio.

Si por abusar de la generalización alguien me pide que me retracte haré lo que el periodista inglés que rectificando escribió que la mitad de los diputados no eran inútiles después de haber mantenido que la otra mitad lo era.