Si bien entiendo que la clase política actual necesita rejuvenecerse drásticamente (por cierto, ¿entonces qué pinto yo aquí?), no deja de preocuparme tanta chancla, tanta camisa y tanta coleta en nuestros foros y parlamentos. Dicho con la sinceridad de quien no percibe nada bueno con tanto cambio social, tanto apunte de desobediencia civil y tanto cambio de iconos en calles y plazas. Pero también me inquieta verme convertido en uno de esos viejos carcamales que se asustaron, allá por 1977, cuando el antiguo régimen se hizo el harakiri para propiciar el cambio democrático. Esta es mi duda, una duda cruel.