Tras echar un par de rápidas cuentas, la candidata a la alcaldía de Londres Tessa Jowell ha llegado a la conclusión de que a un trabajador londinense le sale más barato vivir en Madrid que en la capital británica. Son paradojas del libre mercado que ni siquiera Adam Smith, padre del capitalismo, atinó a entrever en su época.

La causa de este aparente sinsentido es la especulación inmobiliaria que ha puesto por las nubes el precio de la vivienda en Londres, como años atrás ocurriera en España. También en las nubes entre las que navega el avión, transformado en aerobús, está la solución al problema.

Calcula Jowell que el coste de un pequeño apartamento sumado al del transporte asciende a no menos de 3.000 euros al mes para un currante que viva en Londres. Una extraordinaria suma que permitiría a ese mismo trabajador alquilar un piso en Madrid, tomar cuatro aviones de ida y vuelta cada semana para cumplir con sus obligaciones laborales y, aun así, ahorrarse 600 euros.

No explica la autora de esos cálculos la razón por la que fija en solo cuatro días la jornada de trabajo en Londres, salvo que el concepto de semana inglesa haya adquirido una nueva dimensión. Pero esas son cuestiones de mero detalle. Lo importante de verdad es el hecho de que el mundo se haya convertido definitivamente en un pañuelo, hasta el punto de que compense vivir en una capital europea y trabajar en otra.

Es fama, cierta o no, que en el Reino Unido se pagan excelentes sueldos. Abonaría esta hipótesis el gran número de inmigrantes que, pudiendo elegir Alemania o cualquier otro país de la rica Europa, se agolpan a las puertas del túnel bajo el canal de La Mancha para intentar el abordaje a la tierra prometida de Gran Bretaña.

La contrapartida a esa abundancia salarial -si la hubiere- es el elevado coste de la vida y, en particular, el de la vivienda en la capital británica que tantos desheredados de la fortuna eligen como destino. Todo tiene su explicación, naturalmente.

Londres es una ciudad golosa para los inversores: y no solo hablamos de la City. Los potentados rusos y árabes -por citar los más notorios- usan su dinero fácil para comprar equipos de fútbol, pero también edificios de la ciudad que poco a poco van perdiendo su condición original de viviendas para convertirse en objeto de especulación. El resultado es el engorde de una burbuja inmobiliaria que, como bien sabemos por experiencia en España, hace imposible el alquiler y no digamos ya la compra de un apartamento en Londres.

Expulsados de su propia ciudad por ese abuso del ladrillo, los londinenses tienen al menos la opción de vivir en Madrid e ir al trabajo en avión, como quien pilla el autobús o el tren de cercanías. Si los cálculos de la antes mentada Tessa Jowell estuviesen bien hechos, ese cosmopolita modo de transporte les permitiría disponer de 600 euros adicionales con los que darse un capricho y, ya de paso, eludir el espeso y húmedo clima de Londres. Por no hablar ya de los encantos de la movida madrileña, claro está.

A cambio deberán sufrir unos cuantos madrugones para llegar cada día de semana al aeropuerto; pero ya se sabe que no hay recompensa sin esfuerzo. El caso es que, una vez derogadas las fronteras en la UE, quedaba tan solo la abolición de las distancias geográficas. Allá por Londres están en ello.