Entre el aire de un viejo ventilador, y siendo más de las 3 de la pasada noche, arrimados al cabrito que he pasado por la mini barbacoa de casa, reconoce que sus amigos no les dejaban fumar u oler de aquello tan prohibido, añadiendo: «No, a él no». Era como para protegerle, pero perturbando el conocimiento de la fértil droga que un amigo suyo la recomendaba en el bizcocho del anciano amigo. Le pasó también que un día le preguntaba alguien experimentado: «¿Y has dado parte de tu vida y tu tiempo en estudiar al pintor, de catalogar su obra, de escribir 200 folios biográfico-plásticos y no tienes ningún cuadro de él?» . «Así es. Ninguno», contestó de inmediato. Respuesta con coda desmoralizante pero cierta: "Tú eres un gilipollas".

Era el comienzo de la aventura que le venía encima: soportar a los locos de los pueblos, que para eso, tiene algo de tele afectivo y se le pegan como moscas. Y los tontos, tontos son. Él, sólo sabe que es un gilipollas. Pero tiene memoria, y lo cuenta en pequeñas porciones que alguna gente le va agradeciendo por la forma de hacerlo: las miguitas de su vida en un anecdotario de lujo cultural. Al final, si te comes las miguitas, no sabes volver. Y eso le pasó a él que cuando regresa pasa el tiempo que no retorna.

Enfrente, nuestro amigo está cansado de llamar arte a cualquier cosa. Y llegamos al convencimiento, y no sólo por afecto, sino porque así lo sabemos de Moreno Galván, Gaya Nuño, Azcoaga o el mismísimo Gutusso que sólo Pepe Planes, que ya en los años 20 andaba por Madrid aunque era de Espinardo, era un escultor conocido. los demás: provincianismo y los pintores malditos que no supieron pintar una España Oficial, caso de Joaquín o de Gómez Cano, por poner tan sólo dos ejemplos.

Transcurría la noche sin que se moviera una hoja de mi morera y pasaba el tiempo entre recuerdos de la infancia y la juventud de Fuensanta y Juani (comidas caseras y novelas imprescindibles, amén de, sin diccionario, repasar algunos dichos redichos tan malditos como aquellos artistas malditos. Ay, la murcianía que, como un gato, araña a los suyos si no son del yugo y las flechas). Lo demás: vernos otro día para ver cómo va el mundo y su clima y soñar que no estamos en Murcia o Almería, sino en el norte (pongamos que hablo de Gijón o de las Rías Bajas), que si no nos podemos bañar podremos dormir.

Nos desmedimos con una tarta de fresa que nos dejó el paladar bien acomodado. Y los consejos para que vuelvan a casa siguiendo la flecha y no se pierdan. En cualquier cosa, que no se fueron demasiado preocupados, porque dicen que el gilipollas no se hace, sino que nace. Es decir, es cosa del destino imposible de perturbar. Y además, si no supo de algo por afecto... tal vez por eso ahora busca compañía y lleva su letrero de rebajas por ser verano y vivir entre ventiladores de monótono ruido. Y nos dedicaremos a dejar a cada uno en su sitio, porque nosotros ya salimos, por propia y saneada iniciativa, de ese laberinto de pintores y escultores emergentes y poetas más de mil, que crecen como la patata, oiga, y hasta de uno salen dos a la mañana siguiente. Y entonces vienen y te llaman gilipollas desde su nueva posición de amigos de la soflama y el morcón de la murcianía del vino de barril y un amigo que aprendió a pensar por correspondencia.