Prométeme que es la primera vez que te vivo, porque si no, lo mío no se explica. Calculo que necesito mínimo ocho vidas más para aprender, como mucho, la primera parte de la primera parte de la primera lección.

A ver, que cada vez me equivoco con más soltura. En esto sí que he alcanzado el nivel experto. Todo lo que sea tropezar, resbalar, caer, volver sobre mis pasos y volver a caer (eso sí, con bastante estilazo) se me da de lujo.

No sé dónde andaba yo cuando el reparto de cerebros. Muy probablemente me pilló con las uñitas recién pintadas (como en los mejores rebotes y las principales batallas) y no pude hacerme con un cachito mejor. Respecto al corazón... Buff. Yo creo que más me hubiese valido agarrar una lata de alcachofas. ¡Menudo imán de errores, vaya radar de catástrofes!

¿Qué no daría yo por ser una persona madura, independiente, coherente, equilibrada, fría y calculadora?

¿Qué no daría yo por distinguir las batallas que merecen la pena de las que no, por saber canalizar mi energía y destinarla a las empresas correctas?

¿Qué no daría yo por diferenciar los caminos y vías principales de los atajos o los callejones sin salida?

¿Qué no daría yo por elegir la senda recta frente al laberinto?

¿Qué no daría yo por discernir si las personas que encuentro son puente, camino, faro o puerto?

¿Qué no daría yo por saber a qué mano he de aferrarme, de qué carro he de tirar, a cuál subirme y de dónde salir huyendo?

¿Qué no daría yo por saber que son mis propias manos con las que tengo que contar?

¿Qué no daría yo por saber que es preciso caminar antes de correr?

¿Que no daría yo por saber que cualquier destino comienza con un pequeño paso?

¿Qué no daría yo por saber que las vendas más sutiles, las más difíciles de desprender, nos las anudamos cuidadosamente nosotros mismos?

¿Qué no daría yo por saber que no pesan los años, sino las piedras que nos echamos en los bolsillos?

¿Qué no daría yo por saber que el amor es otra cosa, que no es des-vivirse, que no es volverse del revés, que es ser más tú, que es serte más fiel?

¿Qué no daría yo por saber que hay personitas con candado, corazones sin salida e incluso, sin entrada, en el peor de los casos?

Hasta la fecha creo haber comprendido, al menos, que la vida va de reírse y en medio pasan cosas, que no es momento de ser princesa, que es preciso, en ocasiones, ser dragón, que las mentiras más bonitas me las he contado yo, que el daño recibido corría por cuenta propia al 50%, que nadie como uno mismo para cortarse las alas, y que el principal culpable de esto que llamas destino, ocupa la primera fila en tu espejo.

O tal vez, querida Vida mía, sea yo como ese pájaro que tiene tan grandes las alas que le impiden volar, que sólo tomando altura, sólo desde una buena perspectiva, logrará alzar el vuelo.

Y llegados a este punto, amada Vida mía, no sé si no se te ve el truco porque no hay, si eres pura magia o si, por el contrario, la magia, como el azar, tampoco existe.