El periodista no debe protagonizar la información, pero el maltrato mediático a Podemos bordea la ignominia por el otro lado del abismo. El partido de Pablo Iglesias ha consolidado posiciones en ayuntamientos y autonomías en medio de un fuego graneado. UPD siempre perdía, pero generaba una corriente de simpatía quizás misericordiosa. Suena extraño que el partido radical corone Madrid y Barcelona mientras genera más comentarios críticos que Rodrigo Rato, el símbolo del hundimiento económico español y de la degradación política adyacente. Los historiadores sufrirán para explicar la tolerancia hacia los causantes de los males evidentes de la convivencia frente a las medidas punitivas contra quienes, en el peor de los casos, ni siquiera han estrenado sus funciones. Ni maldiciones políticas acreditadas como Gil o Ruiz Mateos padecieron un ensañamiento semejante.

El prodigio de la formación de Pablo Iglesias no reside en su ascenso fulgurante, sino en el castigo que sufre por parte de quienes clamaban por una recomposición del arco político que abatiera al bipartidismo. Ni siquiera se cumple el requisito de respetar la soberanía del votante. Cada sufragista de Podemos es un dictador venezolano en potencia, mientras magistrados del PP enjuiciarán a Bárcenas y la Gürtel. Por fortuna, los inquisidores conceden una solución transitoria. A falta de demostrar que Podemos mató a Kennedy, el juvenil Íñigo Errejón genera una corriente de simpatía incluso entre quienes denigran al líder no tan indiscutible del partido que ha sacudido los esquemas esclerotizados del análisis político. Mucho ensalzar a Steve Jobs, para acabar preservando el diagrama de la oficina siniestra.

Errejón es la excusa dulce para disimular el odio visceral a Podemos en cuanto arsenal de cambios. El secretario de política se ha hecho irresistible para quienes consideran resistible a su jefe. Le Monde le llama "el brazo derecho de Pablo Iglesias". Esta asignación derechista debería resultar ofensiva en una formación de izquierdas, más allá de la ambigüedad ideológica que cultivan sus líderes pero no sus votantes. De nuevo, la opinión de los oráculos que desean domesticar al partido emergente se distancia del veredicto de la calle. La cuenta en twitter del secretario general de Podemos supera ampliamente el millón se seguidores. Quintuplica a su escudero, que con 250 mil fieles abochornaría a la totalidad de integrantes del arco parlamentario. A propósito, la difusión electrónica de los mensajes es una red de túneles que permite prescindir de las opiniones magistrales y polvorientas de gurús apolillados.

Para el bipartidismo, Errejón es un cordero con piel de cordero. Sin embargo, en las corrientes internas de Podemos se le asocia con frecuencia al taimado Frank Underwood, interpretado por Kevin Spacey en la inmarcesible House of cards. Esta identificación abre la perspectiva radiante de que el partido y el Gobierno entero acaben en manos de la equivalente a Sean Wright. Con todo, es una simplificación concluir que la formación emergente recibiría un juicio justo si cambiara de líder. Se está condenando la opción entre pasividad o libertad ejercida por un número sensible de votantes frente al acartonamiento de PP y PSOE, con independencia de los portavoces de la disidencia. De ahí que se transporte entre algodones a un Rajoy perceptor de sobresueldos y consolador de corruptos desde La Moncloa.

Con ánimo meramente compensatorio, cabe recordar que Podemos ha sido una bendición inesperada para la democracia española desde una estructura mínima. Verbigracia, el partido de Pablo Iglesias diseña la rampa de salida de Ciudadanos y facilita la abdicación de Juan Carlos I en Felipe VI. A propósito, puede comprobarse que los debeladores del partido radical coinciden milimétricamente con los apóstoles de la continuidad a marchas forzadas de un Rey a quien hoy se reconoce unánimemente fuera de uso. También son las mismas eminencias que ahora pontifican que la sustitución al trono ocurrió en el momento idóneo, y que el actual monarca incardina y encarna virtudes infinitas. De paso, garrotazos a Podemos, el partido que ha frenado en seco el independentismo catalán al bifurcarlo entre soberanistas y descontentos con el Gobierno de Rajoy y con la corrupción del PP. Pese a las amenazas de los apocalípticos, la calle se pacificó súbitamente en cuanto halló un cauce para orientar su descontento. Colau o Carmena paralizan desahucios desde la autoridad y, en contra del parecer de los amigos de Rato con pluma en la capital, España sigue necesitando a Podemos. Con Iglesias o Errejón, que al fin y al cabo es política.