El próximo septiembre se cumplirán 42 años del golpe de Estado contra el gobierno chileno de la Unidad Popular de Salvador Allende. Como es sabido, acto violento que acabó con la vida del propio Presidente, auspiciado por las multinacionales, las oligarquías y, sobre todo, el Departamento de Estado norteamericano. Se trataba por parte de todos estos sectores de poner fin a la vía chilena hacia un socialismo democrático. El pasado 13 de Julio, las clases dirigentes alemanas, la burocracia de Bruselas y el poder financiero europeo perpetraron un golpe de Estado contra el gobierno griego, pero en vez de tanques, aviones y ametralladoras, utilizaron la extorsión, el chantaje y la asfixia financiera para hacer caer al gobierno progresista de Syriza, en la medida que éste acababa de ganar un referéndum en el que la población helena se pronunció masivamente contra las políticas de austeridad y deuda permanente impuestas por la troika a Grecia desde hace unos años. Sí, han leído bien, el gobierno de Syriza cayó el 13 de Julio, cuando su presidente, Tsipras, estampó su firma en el peor memorándum que se le ha impuesto a Grecia en los últimos tiempos. Cayó aunque el gobierno formalmente se mantiene y ningún tecnócrata, presidiendo un gobierno de partidarios de la troika, haya sustituido a Tsipras. Ocurre simplemente que el ejecutivo que fue elegido para poner fin al austericidio ha aceptado el golpe de Estado, de manera que la Syriza original se ha desvanecido y ha sido reemplazada, al frente de los destinos del país, por la alianza de una parte de esta organización con los partidos sumisos a Bruselas(conservadores y socialdemócratas). Es como si Salvador Allende hubiera negociado con las huestes de Pinochet el cambio absoluto de la política del Chile de 1973 bajo el argumento de que, o aceptaba las imposiciones de los golpistas, o un río de sangre inundaría el país. Y él hubiera seguido al frente del país coaligado con sectores del golpismo. Es posible que muchos de los que esto leen razonen que la solución de aceptar las imposiciones de los militares hubiera evitado la muerte de Allende y la de otros muchos chilenos. En este sentido, Tsipras alega que de no haber aceptado el chantaje de la eurozona, el infierno se hubiera desatado sobre Grecia. Estamos, por consiguiente, ante una reflexión que trasciende lo político y se adentra en el terreno de lo moral: cuál es el punto de equilibrio entre la resistencia y la rendición; a partir de qué momento ésta evita una tragedia mayor ante la imposibilidad de que la persistencia en aquélla provea de resultados. Es una cuestión difícil de dilucidar, si bien la historia nos enseña algo muy claro: quien resiste, a veces vence; quien se doblega, siempre pierde.

Aplicando esta última reflexión al tema que nos ocupa, parece claro que la opción de desafiar a la troika y ser expulsado del euro es un camino plagado de incertidumbres y riesgos. Por el contrario, aceptar que Grecia sea de facto un protectorado alemán, con todos sus activos puestos como garantía de las ayudas a recibir, es una alternativa preñada de certidumbres, sobre todo la de hundirse más y más en un agujero del que cada vez es más difícil salir. Esto es algo que el propio Tsipras ha admitido: el acuerdo impuesto no va a mejorar la economía y, por ello, la espiral de la deuda seguirá elevándose. Justifica su comportamiento en un sentido: el gobierno griego debía evitar caer, y así esperar que fuerzas progresistas de otros países lleguen al poder, para de este modo imponer otra correlación de fuerzas en la eurozona. Le veo una debilidad a este argumento: el gobierno de Syriza ya ha caído. De facto ya gobierna sólo una parte de este partido con el resto de partidos aliados de Berlín. Y sobre todo ha caído en la conciencia de una gran parte del pueblo, que ha visto cómo los suyos han frustrado sus esperanzas.