Escribo estas líneas de puro milagro. Porque hace una semana, mientras disfrutaba de mis vacaciones, miré a la Parca a los ojos. Nunca se me dieron bien los deportes (excepto verlos por la tele sentado en el sofá con una birra en la mano, en eso soy un hacha), pero hace unos días, mientras me bañaba en el Mediterráneo, lo olvidé y me fui nadando hasta la boya que delimita la zona de baño, que me dijeron que está a unos 200 metros de la playa. Así que empecé a dar brazadas hasta que golpeé con la mano la señal amarilla. Me sentí eufórico en ese momento, pero no caí en la cuenta de que, al igual que había ido, tenía que volver. Mis brazos y piernas parecían no responder y me costaba cada vez más respirar. Me vi en el fondo del mar. Tampoco me hacía gracia que, en el mejor de los casos, un socorrista me hiciera el boca a boca delante de la gente. Por suerte, saqué fuerzas de donde no las tenía y llegué a un banco de arena que estaba a cierta profundidad, donde hacía pie y pude reponer fuerzas. Neptuno vio cómo intentaba vacilarle y al final me vaciló él a mí. Un respeto al dios del mar.