Respondiendo a la habitual pregunta en sus anuncios de un fabricante de coches alemán, sí, me gusta conducir. Ir en coche solo, o en buena compañía, con música acorde a mi estado de ánimo en ese momento y una carretera que plantee algún reto más que ver al fondo kilómetros interminables de recta, me parece una sensación placentera. Sin embargo, cuando ese recorrido se acerca a una gran ciudad, comienzan a sonar canciones con tintes bélicos, llega la jungla en la que se convierte cada recorrido por el centro y los alrededores de las grandes localidades. Mil ojos pasan a ser pocos para vigilar nuestra trayectoria y la de todos los coches que nos acompañan. Las rotondas son de matrícula de honor, vehículos que se incorporan sin dar preferencia a los que están dentro obligándoles a frenar; otros que van por el carril interior cuando llega su salida y atraviesan dos carriles como si nada, si acaso tienen el detalle de poner el intermitente. Más frustrante todavía resultan los que desconocen que existe el carril derecho, incapaces de dejar paso a aquellos que circulan más rápido y quieren adelantar. ¡Cuánta cultura al volante falta en nuestras carreteras!