Se te paró el corazón hace dos años. Tu imprevisible huida resquebrajó el verano de muchos y un rincón de la vida de unos pocos -me incluyo-, que siempre vamos a seguir esperándote, con tu abrigo rojo, para verte alzar la mano presa de un desmedido entusiasmo con tan solo intuirnos en cualquier esquina. Si algo me enfada de tu muerte, Manolo, es que no podrás vivir ese último otoño tan azul que tenías delante, en la punta de las yemas de tus dedos; que sigues, amigo, debiéndonos el asombro por tus versos y algún que otro ´estufío´ de los tuyos. Y la música: solo tengo un par de discos que me regalaste, aunque te empeñaras en pedirme «los cinco euros que valía el trabajo». Hoy se cumplen dos años de aquella mañana horrible en la que te paraste, pero aún sigues latiendo. Estás aquí porque me debes versos, y buganvillas, y paseos por el río, y papeles envejecidos, casi rotos, encima de la mesa. Cogedlos, dijiste, «´pá´ quién los quiera». Y yo los quise. Y los quiero. Y los leo y los releo. Y allí sigues latiendo, vivo y presente. ¡Ah! una cosa: ya (casi) he cumplido una. ¿Ves? Te escribo desde un periódico. Ahora solo me falta estar ´enchufáo´, aunque nunca me dijiste dónde.