Uno de los regalos (y son muchos) que más me gustan del 15M es la enmienda que presentamos, entre todos, al sistema de partidos de este país. De ese sistema vetusto que pretende que toda la actividad política organizada pase por una u otra sigla, y que fagocita cualquier movimiento ciudadano no alineado para reforzar una estructura vertical, apenas queda una cáscara enferma que no hay Pdro o Albert que pueda apuntalar por mucho tiempo.

No me refiero solo a la renovación radical de los partidos, cosa que Podemos ha llevado a cabo con increíble éxito desde su creación. Me refiero a que la ciudadanía crítica (salvo partidistas recalcitrantes aquí y allá) ha dejado de aceptar someter sus intereses comunes a los de uno u otro partido. El poder de las organizaciones políticas se ve seriamente contestado desde un público cada vez más informado y consciente, y el viejo filtro partidista con que categorizábamos la realidad (dividiéndola entre «lo que beneficia a mi partido» y «lo que le perjudica», sin grises intermedios ni zonas externas) está siendo abandonado en masa.

Si estos fenómenos no hubiesen tenido lugar, sin el 15M y sin la explosión de creatividad política con que apareció Podemos en nuestro panorama, sin la famosa admonición de Deleuze al pedirnos que hiciésemos rizoma y no raíz, las plataformas municipalistas de confluencia no habrían existido, Aguirre y Trías empuñarían ahora el bastón de sus alcaldías y este país sería bastante más oscuro y silencioso. En este momento estaríamos preparándonos para entregar otros cuatro años más de poder absoluto al PPSOE y recibiendo resignados las noticias de una Europa austericida y demente.

Pero no es así.

Ahora sabemos qué hacer, y sabemos cómo. Somos bastantes, entre todos, y los prejuicios partidistas que nos estorbaban ya no nos detienen.

Que se preparen, entonces. Porque vamos ahora. Y vamos en común.