Ríase de los paletos. Los programas de cotilleo, las películas de tópicos y los concursos con animales rompen los registros de audiencia en plena despoblación del medio rural. El desprecio a lo pueblerino, que significa tanto perteneciente a un pueblo pequeño, como persona de poca cultura, nos lleva a los urbanos a sentirnos superiores. Un sentimiento que crece desde que en la Edad Media los más osados abandonaron el campo empujados por las máquinas agrarias y por las que acogían las nuevas ciudades. Ocho apellidos vascos o similares series enológicas y sucedáneos reducen la rica diversidad a la risa floja o a la carcajada contra lo diferente. Prepárense a retorcerse sin racaneria del seny catalán en una nueva secuela pues seguro que en la taquilla cuela.

Tanto recochineo como el que genera un oso tocando la flauta o la mierda sobre la que intentan salvarnos los programas de cotilleo. El circo siempre ha tenido su publico, pero el de poca calaña, que ridiculiza a las personas y los animales, siempre se habia achacado a las aldeas mas atrasadas. En las ciudades no se cotillea ni se aplaude la cabra malabarista. Nosotros somos mas finos, pero el share nos descubre los peores instintos. No es el campo ni la naturaleza lo que nos embrutece, como diria Rousseau, sino el empeño en reducirlo todo al tamaño de la telebasura o al comentario facil, sin mas ideas ni sustancia. Desde la casa de adobe de Siete Iglesias de Trabancos, un pequeño pueblo de Valladolid donde llegaba La Opinion para disfrute de mis padres y abuelos, en el que sobreviven mis mejores recuerdos miro al cielo y pienso en los buenos momentos compartidos, seguro de que la tonteria es lo primero que emigro.