Austen Ivereigh, en su monumental biografía dedicada a Jorge M. Bergoglio, The great reformer, señala la continuidad que, en muchos aspectos, se da entre el papa Francisco y su predecesor, Benedicto XVI. Por temperamento, no pueden ser dos hombres más distintos. Allí donde uno es extrovertido, el otro se muestra reservado. Allí donde uno ha dedicado su vida a predicar junto al pueblo, el otro se ha entregado a discernir en los clásicos de la teología la voz sustancial del cristianismo. Allí donde uno, finalmente, cree en la acción de las masas, el otro „más europeo, más intelectual„ confía en el papel creador de las minorías. Si las ideas sirven para esmaltar el carácter, ambos comparten la desconfianza hacia la función de las ideologías „el marxismo, el nacionalismo, los fascismos, las doctrinas de género, la corrección política€„, que saben falsas y engañosas.

En ambos casos, la biografía ha determinado en gran medida su percepción de tales ideologías. Ratzinger conoció en primera persona (era entonces un adolescente) el rostro del nazismo, esa idolatría del odio. Bergoglio salvó a cientos de personas durante la dictadura militar de Argentina „mientras se sostenía a duras penas como provincial de la compañía„ y sufrió su particular vía crucis entre los jesuitas durante la década de los 90, cuando fue acusado de ´ultraconservador´ por los sectores más radicalizados de la Teología de la Liberación.

Ambos „Ratzinger y Bergoglio„ comparten un tronco intelectual común, nutrido por las lecturas de Romano Guardini y de Yves Congar, y por la afinidad con la escuela del Ressourcement, que propugna el redescubrimiento de las raíces del cristianismo.

Pero más allá de lo biográfico, entre ambos pontificados se percibe en el fondo una continuidad casi mimética en ciertos asuntos. Si Francisco se ha enfrentado con dureza a los casos de abusos sexuales en la Iglesia, Benedicto XVI puso en marcha el doble juicio ´eclesiástico y civil´ para los acusados de pederastia. Si Francisco ha buscado la cercanía y la complicidad de los no creyentes, fue Benedicto XVI quien dijo que «un agnóstico puede estar mucho más cerca de Dios que un católico». Si Francisco ha clamado en contra de la mundanidad eclesial, Benedicto XVI, en un famoso discurso pronunciado en Friburgo, exigió una Iglesia pobre que abandonara lo que de mundano hay en ella. Ivereigh apunta que, en esa continuidad entre los dos papas, Joseph Ratzinger usó la palabra para recuperar lo esencial de la doctrina, mientras que Bergoglio reparte esa doctrina como pan para el pueblo. Seguramente se trata de una aproximación no del todo equivocada.

De hecho, con Laudato Si´ Francisco ha proseguido otra línea de actuación marcada por su predecesor: el respeto casi sagrado por la Tierra, la casa común de la humanidad. La diferencia se percibe en las formas, en los gestos. Si en Ratzinger había que permanecer atentos a las palabras, en Bergoglio será la gestualidad inesperada lo que marca el discurso: un papa que habla de lo cercano en lugar del más allá; una encíclica en la que apenas se nombra a Jesús „los conceptos más utilizados son: ´Dios´, ´humano´, ´mundo´ y ´medio ambiente´„ y que alerta del uso abusivo del aire acondicionado, además de la deforestación o los transgénicos.

Como figura internacional Francisco ha adquirido una gran autoridad moral, no sólo entre los católicos, curiosamente sin dejar de predicar la doctrina tradicional de la Iglesia: «Tampoco es compatible „sostiene en Laudato Si´„ la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no se protege a un embrión humano, aunque su llegada sea causa de molestias y dificultades».

Frente al relato casi unívoco de la prensa, los observadores más atentos de este pontífice han precisado que su principal característica sería el modo de afrontar el diálogo con el mundo contemporáneo: en lugar de situar el centro en Europa, se remite a las periferias; en lugar de encarar los problemas desde la confrontación de los valores, utiliza un guante de seda que prioriza el lenguaje común. Y ahí curiosamente se encuentra una vez más, al fondo, su predecesor: el mismo que hablaba de la necesidad de una ´ortodoxia en positivo´ y del que, ahora, Francisco es el principal portavoz.