oy voy a hablar de fútbol. Sí. Pero no del fútbol como espectáculo, con sus fotos de estudio, sus anuncios de calzoncillos, sus noches de glamur en lujosas discotecas, sus enormes coches deportivos. Hoy voy a hablar de fútbol con mayúsculas, de ese fútbol que se escribe con los pies y no con el márquetin. Y para hablar de ese tipo de fútbol, del fútbol como deporte, no voy a hablar, lógicamente, de Messi, ni de Cristiano Ronaldo, ni de Beckham, ni de Neymar; voy a hablar de Juan Carlos Valerón.

Posiblemente, a muchas personas no les sonará el nombre de Valerón. Para quienes no lo conozcan, hay que decir que nació en Gran Canaria, el 17 de junio de 1975. Comenzó su carrera futbolística en la Unión Deportiva Las Palmas, luego pasó por el Real Mallorca, el Atlético de Madrid y se hizo grande y conocido en el Deportivo de La Coruña, donde ganó dos Supercopas de España y una Copa del Rey. Después de trece temporadas en el llamado Súper Depor, Valerón regresó en la temporada 2013-2014 a la Unión Deportiva Las Palmas, con la intención de subirlo a Primera División y retirarse donde comenzó su carrera deportiva. Este fin de semana pasado, Valerón consiguió al fin su sueño de subir a su equipo a esa tan deseada Primera División. Ahora, con 40 años, se convertirá en uno de los quince jugadores que con esa edad ha jugado en la división de honor del fútbol español.

Aquellos que aman el fútbol por encima de los flashes de las cámaras sabrán de la enorme calidad futbolística de este jugador; con un toque genial, un control del balón impresionante, un regate exquisito y una magnífica visión de juego. Sin embargo, y a pesar de esas enormes cualidades que lo convierten en uno de los mejores jugadores de la historia, Valerón no es una estrella del fútbol, no vende millones de camisetas, ni le hacen un pasillo a su llegada a los aeropuertos ni los niños se lanzan desesperados para conseguir su autógrafo. Y eso se debe a que Valerón solo sabe jugar al fútbol, y su carácter introvertido y humilde hace que no sea un tipo deseable para las grandes marcas ni los grandes representantes.

No lleva carísimos cascos de escuchar música en las orejas cuando acaba un partido, no lleva crestas en el pelo ni se lo rapa para ponerse palabras o figuras, no se llena de tatuajes hasta las cejas, no lleva pendientes en los pezones ni en el escroto, celebra los goles sin hacer particulares gestos o bailes que puedan ser imitables, no lleva ropa de lujo, no conduce un coche de lujo y no va por los aeropuertos como perdonando la vida, sino que siempre tiene una sonrisa para atender al que se le acerca.

Toda esa personalidad hace que no exista la posibilidad de crear alrededor de él un mundo que lo convierta en estrella, que lo encumbre a la fama, que lo haga parecer mejor de lo que es. Evidentemente, no digo que Ronaldo o Messi no sean grandes jugadores, eso es indiscutible, pero sí afirmo que futbolistas como Iniesta o Xavi o Valerón no tienen el reconocimiento futbolístico mundial que deberían porque en este mundo que hemos creado cuenta más la imagen que el mérito. Valerón como tantos otros deportistas, escritores, pintores o bailarines menos conocidos representa el mérito por encima de la imagen, la fidelidad a un club por encima de los millones de euros, la sencillez por encima del espectáculo. Son ese tipo de personas los que crean el arte. Lo demás, puro artificio.