La capacidad de sorpresa puede ser un eficaz indicativo de la vitalidad de cada cual. Parece lógico pensar que aquel que ya no se sorprende, aquel para el que los días llegan a ser tan similares como las rebanadas prefabricadas de un paquete de pan de molde, ese puede estar más cerca de un cactus que de un mono con la promesa de conseguir evolucionar hasta convertirse en un hombre. Puede ser.

Y si este básico razonamiento fuera más o menos certero, que no aspiro a llegar a concluir que sea cierto, si partimos de esta hipótesis, últimamente debo de ser uno de los hombres más vivos del mundo. O al menos de esta bendita región.

No sé si se me llega a ver saltar por las calles, cruzar la Gran Vía de Murcia dando volteretas, regalando ramilletes de flores. No sé cómo se me puede ver desde fuera. Pero sorprendido, lo confieso, sorprendido estoy. De hecho, no hago más que leer y releer para comprobar que es cierto lo que veo. Porque sí, como dice el epígrafe de esta sección que nació más como un ímpetu que por una convicción: Si no lo leo no lo creo?

Y es que me cuesta asimilar que un partido como el PP, en el que su máximo líder actual en Murcia se encontraba hasta hace no mucho con el cartel de imputado colgado del cuello, como si se tratara de una foto policial; un partido que ha mantenido hasta hace bien poco en sus cargos a concejales, alcaldes o consejeros envueltos en causas judiciales con olor a podrido; un partido, en fin, que ha puesto en tela de juicio nada menos que a la Justicia; pues este partido acaba de llevar a cabo a contrarreloj una depuración que casi recuerda a una limpieza étnica.

Como si le faltara tiempo para aplicar la ética, para predicar con el ejemplo. Político imputado, político fuera. Somos los más honestos. Y es que sí que le faltaba tiempo. Porque las fechas estaban fijadas. Y esas causas judiciales que antes revoloteaban sobre las cabezas de sus líderes como moscas cojoneras se convirtieron ahora en impedimento absoluto para alcanzar poltronas, bastones de mando y despachos presididos con la foto del rey. Sorprendido me hallo.

Y la sorpresa aumenta cuando me detengo a contemplar al artífice del radical cambio, Ciudadanos, un partido que aprovechó el tirón del descontento, del cansancio de las mismas caras, del espectacular crecimiento de las formaciones emergentes, de la tradicional, consuetudinaria y casi perpetua desunión de la izquierda, y del temor al supuesto extremismo de alguna de estas nuevas agrupaciones.

Adalides de la ética, con una posición confusa, indefinida, Ciudadanos ha sido el espadachín que ha puesto contra la pared a cualquier político bajo sospecha. Y el PP no ha tardado en rendirse. Sus concesiones fueron, en algún momento, casi irreverentes. El poder de la poltrona.

Demos gracias pues a Ciudadanos, ese partido dirigido en España por un joven sofista, un experto de la dialéctica y la ambigüedad que presume en su currículo de haber sido campeón en las competiciones de debates (desconfía de aquel que te puede convencer de una cosa y de su contraria, aprendí de niño), secundado de un regimiento de frustrados políticos con pasado que no encontraron su trozo de pastel en otras formaciones. Adalides de la ética, del buen hacer.

Capacidad de sorpresa. Todo cambia y todo permanece. Al menos en ciudades como Murcia. Todo cambia: ni rastro de imputados en la corporación municipal. Todo permanece: el bastón de mando sigue en manos del PP. Todo cambia: nuevos rostros y nuevas formaciones que tienen a los populares en minoría dispuesto a hacer más y más cesiones. Todo permanece: ¡Me suena tanto la cara de este alcalde!

Y pese a todo, imbuido como estoy de carga de carga positiva, me felicito, estoy vivo, vivo como nunca. Y no dejo de sorprenderme.