Hay que reconocer -y yo soy el primero en hacerlo- que el PPSOE y resto de organizaciones de inspiración berlinesa fueron valientes al aceptar el trabajo de los recortes. Convencer a la población de que era buena idea desmontar unos servicios públicos en general dignísimos para avanzar en un modelo privado, extender la idea de que la educación y la sanidad son para quien pueda pagarlas, y que no es injusto enviar a cientos de miles de desempleados al infierno del desahucio y la exclusión social, y mantener al mismo tiempo la barra libre del rescate de la banca y los privilegios de casta en un clima de corrupción rampante es un plan que exige de nuestros mandantes, como mínimo, un arrojo digno de admiración.

Una de las herramientas imprescindibles en este proyecto tan abyecto es la figura -paradigmática- del gestor destroyer. Abundan los ejemplos. No se sabe bien cuál es su motivación, pero, desde luego, el bien común no. La Ana Mato de la privatización de la sanidad, que se vanagloriaba de haber ahorrado un millón de tarjetas al sistema, es una de ellas. Wert, otro. Los sucesivos consejeros autonómicos de educación y universidades, que han conseguido elevar la deuda con la UMU a más de cincuenta millones de euros, encajan en el patrón. Los directores del ente público de RTVE, que han logrado perder la mitad de la audiencia en un breve período, también son dignos de mención. Solo de mención, claro.

El servicio debe -ésa es la consigna- estar degradado hasta lo irreversible, para que parezca buena idea venderlo en el desguace. Y aquí es cuando uno se acuerda de la huerta de Murcia, de lo que queda de ella y de los tremendos problemas endémicos que sufren los regantes, y empieza a comprender la de otro modo incomprensible gestión del ´Gran Entubador´ que ha presidido la Junta durante más de diez años. Era difícil tu trabajo, Sigifredo. Tenías que convencer a los murcianos, huertanos o no, de que era buena idea echar una capa de cemento sobre las acequias y bancales. Y casi lo consigues. Pero ahora viene gente buena a corregirte, con Juan Alcaide a la cabeza, y ese aire nuevo -ese agua nueva- se te llevará. Como a los demás Atilas, río abajo, bien lejos.