Cuanto más inteligente se va haciendo el teléfono móvil, más bestia nos vuelve. Tenemos una relación con el móvil de mucha confianza. Le damos los números de todos nuestros amigos, compañeros, socios, clientes y sólo los sabe él. Le mandamos hacer pagos y movimientos bancarios con una confianza que muchas personas no tienen en sus hermanos. Fotografía nuestra intimidad y la archiva. Nos recuerda los cumpleaños, las consultas del médico, vela mientras dormimos y nos despierta por la mañana. Pasamos horas con él móvil, lo queremos, lo necesitamos y nos lleva más él a nosotros que nosotros a él. Cuando se ha vuelto imprescindible se lanza de cabeza al wáter y se estropea para siempre. ¿Por qué? Porque vale que no respetemos nuestra intimidad pero deberíamos respetar la suya. ¿Qué pinta el teléfono móvil en funciones fisiológicas que deberíamos hacer a solas, sin la posibilidad de intromisión o interrupción de nadie por voz, correo o mensaje?

El NoPhone fue un proyecto que se financió con micromecenazgo por Internet y se presentó como lo que era, un pedazo de plástico en forma de móvil que no servía para llamar, para enviar mensajes, hacer fotos o navegar por internet pero no se estropeaba si caía al wáter.

Los teléfonos móviles no caen al wáter, se tiran en un salto de clavadista como los monjes budistas se hacen un bonzo. El wáter es la forma más segura de estropearse que tiene un móvil que puede aguantar golpes secos. Esos primeros auxilios de toalla y secador no sirven para nada. Los hacemos como el masaje cardíaco, la respiración boca a boca o la clínica privada de Houston cuando ya no hay nada que hacer por hacer todo lo que sea pueda, aunque sea inútil. Los teléfonos son cada vez más inteligentes, la inteligencia lleva asociada la sensibilidad y hay cosas que los móviles no aguantan. Les tenemos demasiada confianza y „se sabe„ donde hay confianza da asco.