La verdad es que disfruto con las escenificaciones que durante cualquier contienda electoral hacen los candidatos y primeras figuras de los distintos partidos políticos de cara a la galería y por un puñado de votos, sin importarles un bledo hacer el más completo de los ridículos. Se suben a bicicletas trajeados, sacan sofás a la calle, se toman cafés contigo, se comen paellas aunque no se vean nada apetitosas, se ponen los trajes regionales que en su vida han tenido a bien vestir, visitan los mercados, ¡cómo no!, no hay candidato que se precie que no visite un mercado... Hay que reconocerles que, aunque sea durante los quince días que dura la campaña electoral, sudan cada voto. Lo que ocurre después... para qué recordarlo. A las pruebas me remito: si te he visto no me acuerdo. Promesas de tener abierta la puerta de sus despachos, que luego, paulatinamente se cierran a cal y canto. Promesas de visitar los barrios y de contar con los vecinos en cada toma de decisiones que les pueda afectar se tornan en descalificaciones hacia los mismos cuando les critican... Para qué seguir, ¿es que acaso no sabemos lo que significa una campaña electoral? Pero,

¿y lo que nos reímos?