Vamos a hablar de cultura. Según el barómetro publicado por el Centro de Investigación Sociológica (CIS) sobre los hábitos de lectura en España, el 35% de los españoles encuestados reconoce que no lee ´casi nunca´ o „directamente„ ´nunca´. Es decir, uno de cada tres españoles no abre un libro en su vida ni siquiera para ver lo que hay dentro. Sin embargo, esos son solo los que lo reconocen, porque seguramente otro tercio no leen pero no lo reconocen, por vergüenza o por cualquier otra razón. Para hacernos un ejemplo visual sobre este asunto, podríamos decir que cuando el estadio Santiago Bernabéu se llena hasta la bandera para ver jugar a Ronaldo y al resto de sus soldados, de los 100.000 espectadores, 35.000 no han leído ni la entrada, y otros 35.000 la han leído pero se han mareado con tanta letra junta.

Según esos mismos datos del CIS, y teniendo en cuenta a esos dos tercios que afirman que sí leen, los españoles que dicen leer constituyen una media de 8,6 libros al año. En Finlandia, sin embargo, los libros leídos por habitante al año son 47, cinco veces más. No creo que haga falta señalar en qué posición de desarrollo social está Finlandia y en qué lugar está España. Como siempre que escribo un artículo sobre nuestra incultura, habrá alguien que salga defendiendo la ignorancia patria y diga que en el desierto del Sahara o en Groenlandia se lee bastante menos, pero si somos tan evolucionados como nos creemos supongo que deberíamos compararnos con los países más avanzados. Eso es lo que a mí, al menos, siempre me han enseñado. Regodearse con la inmundicia propia nunca conduce a nada.

Con estos datos „y otros tantos, como nuestro desinterés por la danza o el arte, etc.„ queda claro que el gran problema de nuestro país es la incultura. Y de ella, aunque creamos que no, se derivan infinidad de problemas añadidos. Por ejemplo, esta semana se ha conocido que España vuelve a conquistar por enésima vez consecutiva el preciado título de líder de la Unión Europea en abandono escolar prematuro. Puede que alguien no sepa sumar dos más dos, pero „por lo general„ cuando los padres no leen, los hijos tampoco; y cuando los padres desprecian la educación, los hijos también. Su fracaso es el nuestro.

Nuestra responsabilidad como adultos sobre este dato y sobre la incultura de nuestro país es evidente. Sin embargo, como sociedad transmitimos a los jóvenes que lo mejor es conquistar el sueño de trabajar como peón en la construcción „nuestro gran potencial„, para poder comprarnos un BMW y un adosado en la costa, aunque luego no sepamos leer ni el contrato.

No es que me importe que en nuestro país se cierren dos librerías cada día ni que las editoriales ya no publiquen más que basura ni que nuestros científicos tengan que emigrar para ganarse la vida ni que las únicas películas españolas que triunfen sólo se basen en estúpidos gags, ni que los españoles no conozcan el nombre de nuestros científicos más importantes ni el nombre de un premio Nobel español. Uno se ha acostumbrado ya a que el libro más leído sea el de Belén Esteban y el programa más visto, Sálvame. Pero me duele observar la herencia que estamos dejando a nuestros jóvenes, abocados a vivir en un desierto cultural que será difícil de recuperar en cientos de años.