Las últimas encuestas sobre intención de voto siguen otorgando la mayoría al PP y, aunque se trata de una mayoría menguada y relativa, el dato nos indica que esa mayoría de la ciudadanía sigue depositando su confianza en el partido que no sólo ha llevado a cabo el mayor recorte de derechos laborales y cívicos en la corta historia de la democracia del país sino sobre el que existe la sospecha más que fundamentada de que es el mayor nido de la corrupción organizada desde el entramado político-empresarial. Obviamente, entre ambos hechos, el recorte de derechos y la corrupción existe una relación de causa y efecto que no debería escapar a la percepción de la mayoría, esa que, sorprendentemente declara su intención de volver a votar al PP.

Los datos son anteriores al caso Rato, este nuevo caso de corrupción personificado en quien, en un día no muy lejano, fue hombre ejemplar de la integridad ético-política del PP, y que podría ser la última gota, esa que faltaba para que el ya debilitado vaso de la confianza se desborde, pero cabe también la posibilidad de que esta nueva prueba de la corrupción que anida en el PP y que, en gran medida, ha llevado a muchos a una insoportable situación de precariedad y a otros muchos a la pérdida de calidad de vida, quede impune. Porque España sigue siendo diferente.

Los delitos y las faltas que en otros países con mayor tradición democrática que el nuestro supondrían la dimisión y la exclusión de la vida política, en nuestro país se dejan pasar como asuntos privados, como pecadillos que cada cual tendrá que justificar ante Dios pero que no implican impedimento alguno para seguir disfrutando de las prebendas que se derivan del ejercicio de un poder sin auténtico control democrático. Estos son los hilillos que, como en el caso del Prestige, se escapan del buque del franquismo que se hundió en las procelosas aguas del océano del olvido.

Según las encuestas, se mantiene, con matices, la emergencia de los dos nuevos partidos Podemos y Ciudadanos, supongo que porque el mero hecho de ser nuevos ya es un mérito, si es que la novedad, como parece, se asocia a la ausencia de corrupción. Y, a estas alturas, perdida ya la inocencia, parece que la ciudadanía escarmentada ni siquiera cree necesario exigir la pureza de los nuevos como una virtud permanente; no hace falta creer que en los nuevos partidos hay personas mejores o más honradas que la de los dos partidos que hasta el momento se han repartido el poder, basta con saber que, puesto que vienen desde fuera, aún están limpias. Tanto mejor si vienen con intenciones higiénicas y asean el cortijo.

Entre tanto, los mensajes de estabilidad en el bienestar y de éxito económico por parte del PP resultan tan lamentables como los del cambio hacia una política de honradez y de sensibilidad social por parte del PSOE. Son prédicas en el desierto, palabras que ya no calan porque los hechos han terminado siendo más fuertes y han construido una realidad más dura en la que toca sobrevivir cada día.

Siempre según los sondeos, la fuerza de la bestia negra que empezó siendo Podemos se debilita para dar paso a la opción más digerible de Ciudadanos. La fantasía tan cacareada por los partidos de la casta y por los medios de comunicación de la financiación de Venezuela a Podemos, las supuestas faltas cometidas por algunos de sus representantes, así como las advertencias sobre las fatales consecuencias de un gobierno de este partido sobre la pérdida de la segunda vivienda, el advenimiento de una dictadura de corte marxista-castrista-chavista y el fin de la democracia, parecen haber desinflado el globo Podemos. Pero los partidos de la casta no habían previsto la irrupción de otro partido más amable, al que sólo se podía reprochar dos cosas, que es un partido catalán y que son nuevos, por lo que prometen cosas imposibles de realizar.

El reproche de que Ciudadanos es un partido catalán queda automáticamente invalidado porque proviene de los mismos que defienden a capa y espada que Cataluña es España. El de que son nuevos denota sencillamente falta de inteligencia, porque esa novedad es, en gran parte, el mérito que la gente valora. En cuanto a lo de las promesas irrealizables, mejor harían con callarse.